Por P. Jorge Enrique Mújica, LC
Fuente: Análisis y Actualidad
La aparición de vacunas en el contexto de la pandemia de 2020-2021 suscitó dos tipos de reacciones: por un lado la esperanza ante un recurso de este tipo y, por otro, algunos reparos por cuanto a la moralidad de las mismas. La proliferación de opiniones tanto a favor como en contra de las vacunas alimentó esa segunda reacción hasta sembrar dudas fundadas en personas de buena voluntad, especialmente entre católicos de recta conciencia.
El tema de las vacunas en general es ya de por sí problemático por cuanto a opiniones que sobre ellas hay. Se sabe que hay movimientos anti-vacunas, es decir, colectivos de personas que por diferentes motivos consideran que el acto de vacunarse produce un mayor perjuicio que beneficio.
Considerando esa sensibilidad y la legítima necesidad de orientación, ya en al menos cuatro momentos la Iglesia católica ha aportado luz sobre el tema de las vacunas: a través de la Pontificia Academia para la Vida con dos documentos (Reflexiones morales acerca de las vacunas preparadas a partir de células procedentes de fetos humanos abortados, del 5 de junio de 2005, y en 2017 con otra nota sobre el uso de las vacunas), a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Instrucción Pastoral Dignitas Personae, del 8 de septiembre de 2008; y por medio de la Comisión Vaticana Covid-19 en una nota del 29 de diciembre de 2020. Todos estos documentos reflejan ya una reflexión madurada por parte de la Iglesia en el campo de las vacunas.
Sin embargo, el ir y venir de opiniones sobre las vacunas anti coronavirus ha venido a sembrar perplejidad al presentarlas como el resultado de experimentación con fetos humanos. Consideradas así, resulta comprensible que susciten la interrogante sobre si usarlas. Ciertamente es una duda legítima pero, ¿es verdaderamente de este modo? ¿Las vacunas contra el Covid-19 usan fetos humanos?
Pero tal vez esa pregunta no sea la única que moralmente se pueda plantear: ¿hay una obligación moral de vacunarse? En caso de que fueran lícitas, ¿puede el Estado obligar a sus ciudadanos a ponérselas?
1. ¿Se usan fetos para producir las vacunas anti-coronavirus?
Como se sabe, las compañías que están produciendo vacunas son muy diferentes no sólo en la nacionalidad de origen sino también por cuanto a la metodología de producción. Ya esto hace que la pregunta deba colocarse de una forma más puntual y concreta: ¿hay alguna vacuna que esté usando fetos humanos y, si sí, cuál es?
Ninguna vacuna está usando células de fetos abortados ni se han abortado bebés para producir vacunas anti coronavirus. Algunas vacunas como Oxford-Astra Zeneca están usando la línea celular fetal HEK-293 y Johnson&Johnson la línea celular fetal PER-C6 para el diseño y producción de la vacuna. Moderna y Pfizer han usado la línea celular fetal HEK-293 en sus laboratorios para confirmaciones de su vacuna. En los cuatro casos no usan células de las líneas fetales sino virus atenuados crecidos en cultivos celulares.
Es verdad que se trata de líneas celulares provenientes de dos fetos abortados en 1973 y 1985. Una línea celular es un “Término general aplicado a una población definida de células que se ha mantenido en un cultivo durante extenso período y que generalmente ha sido expuesta a un proceso espontáneo de transformación, lo cual le confiere al cultivo una vida ilimitada”. Esto significa que aunque en su origen las células iniciales eran las de un ser humano abortado, al mantenerse en laboratorio se van reproduciendo células a partir de esas originales. El ADN de esas células sucesivas sufren mutaciones dado que están en cultivo y en 2020 conservan información del feto del que se obtuvieron. No obstante, lo que se usan no son las células sino los virus atenuados que han crecido en los cultivos donde están esas células.
2. ¿Es pecado beneficiarse de esas vacunas?
Dejando claro que no se están abortando bebés para producir vacunas, el más reciente documento de la Iglesia da respuesta a esta pregunta.
Una nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19, del 21 de diciembre de 2020, contesta esta interrogante. El dicasterio competente de la Santa Sede las considera, a nombre del Papa, “moralmente lícitas”. Tal vez el mejor modo de haber confirmar esto es con el hecho de que tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco han recibido ya las dos dósis de una de las vacunas y que el Vaticano ha comprado vacunas para aplicar a personas pobres.
2.1 Cooperación formal
Sucede cuando queremos libre y directamente la mala acción del otro. Por ejemplo: el dueño de un lugar donde se practican abortos. El que practica los abortos es una persona diferente a él, pero el propietario colabora desde el momento que es su clínica. Esto no sucede con el caso de quien produce las vacunas contra el coronavirus ni tampoco con quienes las usan. De hecho, no hay relación de causa-efecto entre unos abortos practicado en 1970 y las vacunas actuales. Ciertamente no puede compartirse la intención de quien realizó los abortos buscando los tejidos fetales. O en otras palabras: “no puede constituir en sí mismo una legitimación, ni siquiera indirecta, de la práctica del aborto, y presupone la oposición a esta práctica por parte de quienes recurren a las vacunas. De hecho, el uso lícito de esas vacunas no implica ni debe implicar en modo alguno la aprobación moral del uso de líneas celulares de fetos abortados” (cf. CDF, Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas anti-Covid-19, n. 3 y 4).
2.2 Cooperación material
Se trata de una forma de tolerancia o padecer del acto moralmente malo de otro. Esto puede ser: inmediata-directa o mediata-indirecta.
2.2.1 Inmediata-directa: se ayuda a otro realizar el acto moralmente malo. La cooperación es próxima respecto al tiempo como a la materia del acto. Por ejemplo ayudar a mi amigo ladrón a robar, aunque yo no comparta su intención o la enfermera que no está de acuerdo con el aborto pero ayuda al médico a practicarlo. Esto no ocurre ni con quien produce las vacunas ni con quien las usa.
2.2.2. Mediata-indirecta: sucede cuando entre la acción del agenta principal y la de quien le ayuda hay un resultado múltiple en la acción del agente principal y no una sola posibilidad. En este caso, la acción de quien coopera no está necesaria ni voluntariamente relacionada con la acción del agente principal. Por ejemplo: quien hace un diagnóstico prenatal y evidencia malformaciones en el feto. A continuación se pueden seguir varias acciones y una puede ser abortar.
Esta manera de colaboración puede ser, a su vez, próxima o remota, de acuerdo a la conexión con el objeto moral del acto o la distancia temporal. Un vendedor de armas puede venderle una a un asesino público. Si la vende a sabiendas de quién es el sujeto, la colaboración será próxima; si no lo sabe, será remota.
Si para tranquilidad de conciencia quisiéramos individuar de qué tipo de colaboración se trataría, si alguien decide usar una vacuna contra el coronavirus, se trataría de una colaboración material indirecta remota. Esto lo subraya la nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 21 de diciembre de 2020. Y por esa razón pueden usarse las vacunas “clinicamente seguras y eficaces” con conciencia cierta que no se trata de una colaboración formal con el aborto.
Para el doctor en bioética Ramón Lucas Lucas, “en el caso de las vacunas Covid-19, no se daría ni siquiera “cooperación material indirecta remota” con el mal moral del aborto realizado hace más de cuarenta años. Sin entrar en la responsabilidad subjetiva, el aborto fue un acto moralmente malo; quien cooperó entonces con él realizó una cooperación formal o material según la implicación que haya tenido; quien después uso las células fetales pudo o no haber cooperado con el mal. El solo uso de las células fetales, posterior a un aborto, no implica de por sí la cooperación con él; del mismo modo la extracción de un órgano de una persona asesinada y su transplante a otra persona, no implica de por sí cooperar con quien cometió el asesinato” (cf. Aspecto ético de las vacunas anti-Covid 19).
Finalmente, es valioso considerar que esta reflexión de la Iglesia acerca de las vacunas anti-Covid-19 se realiza una vez que las vacunas ya existen. La Iglesia reflexiona a partir de un hecho y los planteamientos morales que ese hecho suscita. Es de destacar la invitación que desde 2005 realizó la Pontificia Academia para la Vida a los laboratorios para buscar y promover formas alternativas de consecución de vacunas.
¿Un católico debe vacunarse?
La pregunta podría ser perfilada no desde el ángulo de la confesión religiosa pues lo que es bueno para un ser humano lo es también para un católico. Y viceversa. Como decía Santo Tomás de Aquino: la verdad, si es verdad, viene del Espíritu Santo.
Hay un deber humano de proteger la propia salud pero también de proteger la salud de los demás, como una forma concreta de vivir el bien común y la caridad. Ese segundo aspecto hace subrayar seriamente el planteamiento de vacunarse voluntariamente a no ser que se tengan razones objetivas graves y comprobadas para abdicar de hacerlo.
A mi propio entender considero que actualmente esas razones objetivas graves podrían llegar a ser, para algunos, los porcentajes de efectividad que están teniendo las vacunas y las primeras consecuencias que se tienen por lo menos en un sector de la población, en algún país, por razón de edad (en Noruega, por ejemplo, se han registrado muerte en al menos 23 adultos mayores a quienes se aplicó la vacuna de Pfizer-BioNTech. Véase este enlace). La obligación moral de vacunarse está en conexión con la eficacia comprobada y seguridad de las vacunas. Sin esa garantía y seguridad puede haber razones objetivas graves para no consentir la aplicación.
Sin embargo, la decisión de no vacunarse va de la mano con la toma de medidas personales para evitar convertirse en un vehículo de transmisión.
¿Tiene el Estado un poder de obligar a su población a vacunarse?
Aunque primero deberíamos distinguir entre la imposición de un acto médico bueno (como podría ser la amputación de una pierna tras un accidente), de un acto malo (como lo puede ser el aborto), siempre debe quedar salvado el derecho de una persona adulta a la propia autodeterminación. Sin embargo, se puede profundizar en la validez moral de la limitación de ese derecho fundamental, por medio de medidas prudentes y justas por parte del Estado, cuando ese derecho fundamental viola el bien común. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con las personas que están en la cárcel: su derecho fundamental a la libertad está coartado por una medida en pro de un bien común.
En el caso de las vacunas, considero en el margen de una medida prudencial el uso de pasaportes de vacunación anti-Covid-19 para viajeros, por ejemplos.
No debe olvidarse que en prácticamente todos los casos, las actuales vacunas anti-Covid-19 han aparecido en una situación de emergencia en la que los tiempos de aprobación han sido abreviados en razón de la urgencia. Aún no conocemos con certeza total la seguridad a largo plazo de las vacunas, si bien esto puede superarse con el paso del tiempo. En este contexto una imposición del Estado a sus habitantes aparece como algo carente de fundamento.
Conclusión
En otro momento de la historia el pronunciamiento de la Iglesia habría servido para la tranquilidad de las conciencias. Los tiempos cambian y muchas otras voces encuentran eco en el continente digital, suscitando preguntas que no se tenían pero también inquietudes que no se llevaban. Es verdad: uno puede elegir a quien creerle. Pero se juega a desfavor en este campo cuando de forma tan argumentada la Iglesia se pronuncia ya no sólo con texto pues, como decíamos más arriba, posiblemente el ejemplo más claro de la moralidad de las vacunas es que tanto el Papa emérito como el Papa Francisco han recibido ya la segunda dósis de sus vacunas.