Evangelio: Jn 3,16-18
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo de Dios.
Fruto: Acrecentar nuestra esperanza por la vida eterna.
Pautas para la reflexión:
¿Amar o condenar? ¿Salvar o condenar? Condenar suena fuerte. Nos cuesta trabajo pensar en un Dios que condena. Pero la respuesta está en nosotros. Dios hace siempre su parte, nosotros también debemos hacer la nuestra, precisamente para no condenarse sino para salvarse.
1. El amor de Dios
Tanto nos amó que se entregó por nosotros, murió por nosotros, para salvarnos. No existe mayor amor que este. No hay en la historia universal un amor tan grande como el de Cristo que muere por cada uno de nosotros, los de hoy, los de ayer y los de mañana. Un amor que no tiene límites, un amor que es eterno. Nos ama porque nos quiere en la eternidad. ¿Cómo correspondo a este amor de Dios? El cristiano tiene todo al alcance no para condenarse, sino para salvarse.
2. La condenación
Hoy en día casi no se menciona la condenación. Sin embargo, hay ideologías partidistas que dicen: “condenamos esto”, “condenamos la acción”, “pedimos que condenen”…, ellos sí condenan y parece que para muchos cristianos la palabra condenación es un concepto que hay que borrar. Dios es muy claro: sí hay condenación, sí existe, está latente. Es un hecho que Dios no quiere nuestra condenación, pero si nosotros nos alejamos de Él, si nosotros no queremos (porque simplemente no queremos) vivir una vida sacramental, si rehuimos a la confesión, si nos da pereza la misa, si no rezamos, si nos apartamos de la vivencia de la virtud, etc., estamos abriendo la puerta de una posible condenación.
3. El que cree no será condenado
Esa es la clave: creer. Pero la fe sin obras está muerta. Por ello, la fe es una fe concreta, no sólo una teoría bonita y abstracta de decir: “sí, creo”. También es necesaria la acción, que mis obras demuestren mi fe. El amor de Dios nunca nos faltará, y depende mucho de nosotros el que deseemos estar con Cristo en la eternidad. Es una opción nuestra que se va haciendo todos los días. ¿Condenarse o salvarse?
Propósito: Hagamos, pues, el firme propósito de demostrar nuestra fe con obras. Sobre todo, que nos reconozcan por la vivencia del amor cristiano.
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