San Antonio de Padua
H. José Alberto Rincón, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, quiero ser tu discípulo. Susurra a mi corazón aquello que Tú mismo quieres que yo comprenda, aquello que quieres que comunique.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.
Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Nunca deja de sorprendernos la cercanía y humanidad de Jesús. Imaginémoslo en su infancia, yendo a contemplar cada día el pequeño retoño de trigo que crece en el campo de cultivo cerca de su casa en Nazareth. Veámoslo en su juventud, mientras ve cómo día tras día crecen los arbustos que acompañan el camino de vuelta al hogar. Jesús nunca habla de cosas de las que no ha sido testigo. Podría decirse que nunca habla de nada que sea ajeno al hombre.
Es precisamente por eso que quienes lo escuchaban, entendían sus parábolas; algunos más, otros menos. Pero indudablemente terminaban todos con el corazón palpitando con más fuerza. Había algo en su mensaje que infundía vida. Pero quisiera que nos concentremos por ahora, más que en el mensaje, en el contexto en que éste tenía lugar, es decir, en la cotidianeidad. Ya lo hemos dicho: el Señor no recurría a portentosas demostraciones o doctas elucubraciones para tocar el alma del hombre. No. Somos nosotros quienes gustamos del espectáculo. Él, en cambio, suele preferir el silencio, la normalidad, lo ordinario.
Esto lo podemos intuir en las dos parábolas. La semilla germina y crece en el silencio. No aparece el trigo de la noche a la mañana. Hay un proceso callado. Tampoco el arbusto florece como por arte de magia. Tiene un ritmo que lo hace llegar a ser lo que debe ser. Es también así con el hombre, en relación con el Reino. La fe, aun cuando pueda brotar espontánea por gracia divina, requiere un gradual desarrollo. No se madura en la fe por simple acto de voluntad.
Es bueno preguntarnos: ¿Cómo está el Reino en mi interior? ¿En qué etapa se encuentra? ¿Ya está lista la espiga para ser cortada, o ni siquiera ha germinado la semilla? ¿El arbusto proporciona sombra y refugio a cuantos se acercan a él, o sigue pareciendo poco más que una hierba? Tengamos claro que no basta que tronemos los dedos para que el Reino de Dios se instaure. La iniciativa no es nuestra. Así pues, independientemente de cómo esté esa semilla o ese arbusto en nosotros, hagamos juntos un salto de fe y clamemos a Dios para que Él lo haga ser fecundo.
«La autenticidad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por la gratificación de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de la confianza y la humildad del abandono en Dios. Ir adelante en la confesión de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo. Es la consciencia de ser pequeños y débiles instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia pueden cumplir grandes obras, haciendo progresar su Reino que es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Que la Virgen María nos ayude a ser sencillos, a estar atentos, para colaborar con nuestra fe y con nuestro trabajo en el desarrollo del Reino de Dios en los corazones y en la historia.»
(Angelus Papa Francisco, 17 de junio de 2018)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un instante de oración, pediré al Espíritu Santo que me conceda sus dones para permitir que la semilla del Reino de Dios crezca en mí y dé constante fruto.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.