Rogelio Suárez, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de poder irradiar con mi vida tu gran amor. Que en mí siempre te vean a ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28
Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?”. Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” Él les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?”. Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”. Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Juan es enviado “para dar testimonio de la luz, para que por él todos creyeran. No era la luz, sino el que debía de dar testimonio de la luz”. Ésta es nuestra tarea como hijos de Dios, ponernos delante del sol de amor y dejar que su luz se refleje en nosotros; así como la luna, refleja la luz del sol. Que cada vez que me vean, puedan ver a Dios en mí. Que pueda ser un vivo reflejo de su amor.
¿Qué hacer para irradiar a Dios? Para irradiar a Dios, debemos tener un encuentro íntimo con Él, por eso Juan se fue primero al desierto. “Por eso voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón” (Os. 2,16), es en el desierto donde el alma mejor se puede encontrar con Dios. Necesitamos en nuestra vida el silencio y soledad para poder escuchar la voz de Dios. Él siempre nos está hablando, pero muchas veces no lo escuchamos por el ruido que llevamos dentro.
Que mi vida sea ese desierto donde me pueda encontrar con Dios. El encuentro íntimo con el sol del amor, hará que su luz me ilumine. La luna ilumina más, cuando se encuentra directamente de frente al sol. Nuestro encuentro con el sol, nuestra vida de silencio, se da en el contacto directo con Cristo Eucaristía. Si la Eucaristía me irradia amor, debo de irradiar amor. Si me irradia paz, debo de irradiar paz. Si me irradia alegría, debo de irradiar alegría. Que mi vida sea siempre, irradiar a Dios.
«¿Qué es lo que la Iglesia necesita hoy? Testigos, mártires, es decir, santos de todos los días, los de la vida ordinaria llevada adelante con la coherencia, pero también de quienes tienen el valor de ser testigos hasta el final, hasta la muerte. Todos son la sangre viva de la Iglesia. Son ellos los que llevan la Iglesia hacia adelante, los testigos; los que prueban que Jesús ha resucitado, y dan testimonio con la coherencia de vida y con el Espíritu Santo que han recibido como don».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una visita a Cristo Eucaristía, pidiéndole la gracia de ser un fiel reflejo de su amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.