Presentación del Señor
H. José David Parra, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Creo, Señor, pero aumenta mi fe; confió en Ti, Señor, fortalece mi esperanza; te amo, Señor, ayúdame a amarte cada vez más. Haz, Señor, que viva y muera en tu santa presencia; que duerma y me levante siempre en tu santa Voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Dios, por el Amor que le tenía al Hombre, prometió enviarle un Salvador que le libraría de la esclavitud del pecado. Así pues, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo unigénito, Jesucristo, para que Él iluminara a aquellos que habitaban en tinieblas, les anunciara la salvación y les alcanzara la redención mediante su muerte y resurrección.
La «luz que alumbra a las naciones» (Lucas 2, 32), es la misma luz que emana del Corazón de Cristo, que por el inmenso amor que nos tiene, ilumina nuestras vidas, para que nos veamos libres de toda oscuridad y esclavitud que nos viene del pecado y podamos caminar de su mano al puerto seguro de la salvación.
Podríamos considerar nuestra vida como un caminar hacia Dios; caminar que requiere un esfuerzo constante y consciente de una meta deseada: el cielo; con una motivación clara: el Amor de Dios; y una entrega generosa de mi día a día, confiando en su Divina Providencia, que me ama y conoce qué es lo mejor para mí y para la salvación de mi alma.
Como a Simeón y Ana, el Señor quiere manifestarnos a través de Jesucristo su amor insondable y su misericordia eterna. Dejémonos guiar pues por su espíritu divino que santifica a todo aquel que le busca con sincero corazón.
«María y José, jóvenes, encuentran a Simeón y Ana, ancianos. Todo se encuentra, en definitiva, cuando llega Jesús. ¿Qué nos enseña esto? En primer lugar, que también nosotros estamos llamados a recibir a Jesús que viene a nuestro encuentro. Encontrarlo: al Dios de la vida hay que encontrarlo cada día de nuestra existencia; no de vez en cuando, sino todos los días. Seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una vez por todas, es una elección cotidiana. Y al Señor no se le encuentra virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida, en lo concreto de la vida. De lo contrario, Jesús se convierte en un hermoso recuerdo del pasado. Pero cuando lo acogemos como el Señor de la vida, el centro de todo, el corazón palpitante de todas las cosas, entonces él vive y revive en nosotros.»
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En este día de la vida religiosa, pediré al Señor por vocaciones santas que estén dispuestas a transparentar el amor y la luz de su Corazón; pido, también, por todos aquellos religiosos que más lo necesiten en este momento.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.