Michael Vargas, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, enséñame a vivir en comunión con todas las personas y, de manera especial, con mis familiares.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según Lucas 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones. Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”. El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño). Ana se acercó, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia del Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Último día del año. Grandes festejos, pendientes, regalos, familia, amigos. Un año que acaba y otro año que inicia. Tiempo de gracia para detenernos y reflexionar de cara a Dios, ¿cómo está mi vida? Espontáneamente pueden venir a mi corazón las siguientes preguntas, ¿qué tan bien he vivido este año? ¿Cómo viviré el año que viene?
Podemos examinar cada respuesta que brote del corazón y querer mejorar, pero nunca debemos perder de vista que, si debemos mejorar algo, ese algo es el amor, pues en el amor encontramos el sentido para lo cual hemos sido creados, sentido que, a su vez, lo podemos descubrir en el gran ejemplo de la Sagrada Familia. Una familia en la cual podemos ver y aprender a vivir en el amor, pero no cualquier amor, sino un amor rico en unidad y en alegría.
Claramente podemos contemplar a la Sagrada Familia, que va al templo, para cumplir la voluntad de Dios; pero no va cada uno por separado, sino que unidos por el amor y demostrando, con ello, la alegría; alegría que brota de un gozo profundo en el corazón y que se contagia como lo fue al encontrarse con Simeón o con la viuda en el templo.
La Sagrada Familia es un signo del amor de Dios y por ello ilumina a aquellos que confían y esperan en Él, pues en ella está la respuesta del plan divino que Dios ha hecho por amor a los hombres.
«Compartamos y vivamos en unidad y alegría a ejemplo de la Sagrada Familia, la cual: “es un icono familia sencillo pero muy luminoso” y esa luz que se irradia “es luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para cada hombre, para la familia humana y para las familias solas”».
(Papa Francisco, Ángelus el 28 de diciembre de 2014).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Daré gracias a Dios por este fin e inicio de año y pediré a la Sagrada Familia que me enseñe a amar con alegría a mis familiares, amigos y/o conocidos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.