P. Rodrigo Serrano Spoerer, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, don de Dios Padre para mi santificación, hazte presente en mi vida y envía tu rayo de luz a mi mente, mi corazón y mis labios. Derrama tus dones en mi corazón y no dejes de realizar hoy aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica. Por tu bondad y tu gracia, dale su mérito a mis pobres esfuerzos; guíame por el camino de salvación para que pueda alcanzar tu gozo eterno.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 14, 15-16.23-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros. El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, desde niño aprendí en el catecismo que mi alma es morada, templo, del Espíritu Santo. Como dice un conocido himno, Él es el dulce huésped de mi alma. ¡Qué mal anfitrión suelo ser! Tengo al mismo Dios hecho amor en mi vida y, distraído en mil cosas de este mundo dejo de darte la atención que mereces Cuánto me afano en buscar la santidad aquí y allá cuando está precisamente dentro de mí: Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba, y me lanzaba sobre las cosas hermosas creadas por Ti. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. (San Agustín, Confesiones).
Ahora que he hecho un acto de conciencia de Tú presencia dentro de mí, te pido que me enseñes a amar. Espíritu Santo, Tú eres el amor hecho persona. Eres Dios que te haces don de amor para venir a habitar en mi alma. Sólo unido a ti puedo aprender a amar verdaderamente. El amor que Tú me enseñas no se queda en ideas abstractas ni en sentimientos pasajeros; es un amor hecho carne en la persona de mis hermanos y hermanas, en la persona que sufre a mi lado y que me pide ayuda. No me dejes en la indiferencia, porque Tú nunca has sido indiferente a mi sufrimiento o mi dolor. Quiero sentir como mías las alegrías y penas de los demás y ofrecerles, al menos una palabra o una sonrisa de cercanía y misericordia.
Tú eres mi Defensor, mi Consolador (eso quiere decir Paráclito), Tú me abrazas y me llevas, como buen amigo que eres, a un lugar apartado par que pueda escuchar la Palabra. Tú no hablas de ti, sino que me recuerdas lo que Jesús hizo y sigue haciendo por mí; me ayudas a ver mi vida y la de los demás, los acontecimientos de cada día, con los ojos de Cristo. Así cambiar mi perspectiva tantas veces estrecha y egoista.
«“No os dejaré huérfanos”. Hoy, fiesta de Pentecostés, estas palabras de Jesús nos hacen pensar también en la presencia maternal de María en el cenáculo. La Madre de Jesús está en medio de la comunidad de los discípulos, reunida en oración: es memoria viva del Hijo e invocación viva del Espíritu Santo. Es la Madre de la Iglesia. A su intercesión confiamos de manera particular a todos los cristianos, a las familias y las comunidades, que en este momento tienen más necesidad de la fuerza del Espíritu Paráclito, Defensor y Consolador, Espíritu de verdad, de libertad y de paz.
Como afirma también san Pablo, el Espíritu hace que nosotros pertenezcamos a Cristo: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo” (Rm 8,9). Y para consolidar nuestra relación de pertenencia al Señor Jesús, el Espíritu nos hace entrar en una nueva dinámica de fraternidad. Por medio del Hermano universal, Jesús, podemos relacionarnos con los demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso. Y esto hace que todo cambie. Podemos mirarnos como hermanos, y nuestras diferencias harán que se multiplique la alegría y la admiración de pertenecer a esta única paternidad y fraternidad». (S.S. Francisco, Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 15 de mayo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
El Espíritu Santo es el Dulce Huésped de tu alma ¿De qué quieres hablar con Él? ¿Qué es lo que inquieta hoy tu Espíritu? ¿Tienes alguna alegría que contarle? ¿Hay alguien por quien quieras pedir su intercesión? Ábrele tu mundo interior par que Él pueda tocarlo con sus dones e enriquecerlo con sus frutos.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Visto que el Espíritu Santo está siempre activo y no deja de actuar. Después de tu diálogo con Él ¿Qué paso te está pidiendo en vida para que sea más de acuerdo con sus inspiraciones? ¿Un perdón no dado o no pedido? ¿Una visita o una llamada pendiente? ¿Un compromiso apostólico más profundo? ¿Una práctica más asidua a la vida de oración y de sacramentos?
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.