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Del FOMO al JOMO (Joy of Missing Out): la silenciosa rebelión del alma

Sin un no, no hay un sí verdadero. Porque cada no que pronunciamos contiene un sí lleno de aprecio por aquello que de verdad nos importa.
Del FOMO al JOMO: la silenciosa rebelión del alma

Vivimos tiempos de hiperconexión, de pantallas que no descansan y de una incesante presión por no quedarnos atrás. La vida parece medirse en notificaciones, y la tranquilidad se ha vuelto casi un lujo. En medio de este vértigo, el P. Georg Rota, L.C., director del Centro Juan Pablo II en Viena (Austria), propone una pausa enriquecedora: aprender a decir un «no» pero como acto de libertad interior. Su reflexión no se queda en la teoría; es una invitación a redescubrir el valor del silencio, de los límites y de la atención plena, no como evasión, sino como forma de volver a habitar lo esencial. Su texto, publicado en la revista You! (mayo 2025), traza con lucidez un mapa para quienes se sienten atrapados entre el ruido exterior y el vacío interior, y nos deja una pregunta que resuena: ¿será que la verdadera plenitud comienza justo cuando dejamos de intentar estar en todas partes?

FOMO (Fear of Missing Out o «miedo a perderse algo») es la religión subterránea de toda una generación. Cree en la gracia de estar siempre en línea, se adhiere a la omnipresencia de las notificaciones de grupo y celebra su gran liturgia en los fines de semana organizados al minuto. Su credo dice: «No puedes perderte nada, porque entonces te pierdes a ti mism. Y así corremos de compromiso en compromiso, subimos una foto sonriendo y, en secreto, nos preguntamos: ¿cuándo va a parar esto?

Nuestro calendario ya no es una herramienta de libertad, sino una letanía de tareas. Decimos que sí porque no nos atrevemos a decir que no, y por eso mismo ponemos el corazón bajo las ruedas. Nuestra vida diaria se parece a un bufé repleto: todo se ve bien, tomamos de todo, aunque el estómago ya esté protestando. Lo principal es no dejar nada fuera. Lo principal es que nadie se sienta decepcionado.

Del FOMO al JOMO: la silenciosa rebelión del alma
«Nuestra alma funciona de otra manera. No es compatible con el wifi. Necesita silencio, profundidad, resonancia». (Crédito de la imagen: Regnum Christi Internacional)

Pero ¿y si justamente ahí estuviera la verdadera pérdida? ¿Y si la experiencia más revolucionaria del siglo XXI fuera el JOMO (Joy of Missing Out), la alegría de perderse algo? La alegría silenciosa de no tener que estar en todas partes. El alivio dichoso de dejar pasar tranquilamente lo que, en realidad, no necesitamos. La alegría de, por fin, volver a nosotros mismos.

Tal vez la palabra más valiente de nuestro tiempo sea un pequeño, claro y libre «No».

El evangelio de la agenda llena

Podríamos hablar de una avería colectiva de nuestra época, que no sufre por falta de tiempo, sino por una prioridad desordenada. Vivimos en un mundo que confunde la rapidez con la importancia. Donde «rápido» significa «importante»; «disponible» significa «amado»; «siempre accesible» significa «reconocido». Pero nuestra alma funciona de otra manera. No es compatible con el wifi. Necesita silencio, profundidad, resonancia; no notificaciones emergentes.

La agitación sin sentido no solo desgasta nuestros nervios, sino también vacía nuestra vida espiritual. Quien nunca se detiene ya no oye ninguna voz, ni siquiera la voz de Dios. La sobreestimulación de lo exterior adormece lo interior. ¿La consecuencia? Una especie de estreñimiento espiritual: consumimos contenidos de forma permanente, pero ya no los digerimos. Vivimos en la superficie y rezamos por costumbre. Escuchamos mucho, pero no atendemos.

Del FOMO al JOMO: la silenciosa rebelión del alma
«Quien nunca se detiene ya no oye ninguna voz, ni siquiera la voz de Dios». (Crédito de la imagen: Regnum Christi Internacional)

«Jesús nunca tuvo prisa y, sin embargo, nunca llegó tarde». Esta sencilla verdad deja al descubierto nuestra hiperactividad. Cristo vivía según un ritmo más hondo que los algoritmos que hoy rigen nuestra vida: oración antes que acción, retiro antes del milagro, silencio antes del anuncio. Su lentitud no era falta de organización, sino expresión de una claridad divina.

¿Y nosotros? Llenamos nuestras semanas de proyectos, citas, voluntariados y fuego digital constante. No porque todo eso sea importante, sino porque nos da miedo decir que no. Miedo a perdernos algo. O, peor aún, miedo a decepcionar a alguien. Pero quien dice que sí a todo, tarde o temprano empieza a sentir el no. Porque cada «» que no es sincero es un «no» silencioso a lo que de verdad cuenta.

Por qué no ponemos límites

A veces nuestro «» ni siquiera es una decisión libre, sino un reflejo más infantil. En lo más hondo de nosotros puede haber un yo herido que se ganó amor, pertenencia y seguridad a fuerza de adaptarse. Ese niño interior sigue creyendo hoy «si digo que no, ya no me van a querer». Aprendió a dejarse atrás para no ser abandonado, para no parecer egoísta, difícil o desagradecido.

Miremos ahora las cargas psicológicas que nos impiden trazar límites saludables y saquemos a la luz la programación emocional más profunda, que se apoya en tres trágicos errores:

Falsos sentimientos de culpa: Confundimos los límites con falta de amor. Pero un amor sin límites no es un don, sino una forma de presión.

Miedo al rechazo: Quien dice que sí por miedo a perder pertenencia y amistad, en el fondo cree: «Solo soy digno de amor cuando me sacrifico».

Confusión entre amar y ser simpático: Muchos piensan que una buena persona tiene que ser siempre agradable. Pero Jesús no fue simplemente amable: su amor era auténtico.

Del FOMO al JOMO: la silenciosa rebelión del alma
«Sal a caminar. Tómate un café. Déjate bañar por el sol. Escucha el silencio». (Crédito de la imagen: Regnum Christi Internacional)

De ahí surgen convicciones distorsionadas como: «Soy egoísta cuando digo que no». O: «Solo valgo cuando me necesitan». Esas consignas interiores quizá nos protegieron alguna vez en una situación dolorosa. Pero a la larga nos quitan la libertad.

Lo que nace de ahí son los mecanismos de compensación de siempre: nos sobrecargamos de trabajo para obtener reconocimiento. Decimos que sí, aunque por dentro estemos agotados. Confundimos nuestra agenda con nuestro valor personal. Y llega un punto en que de verdad creemos que nuestra falta de límites es una prueba de fortaleza.

Nuestra sanación empieza justamente aquí: cuando reconocemos y confrontamos estos patrones y tomamos de la mano a nuestro niño interior, no para regañarlo, sino para educarlo de nuevo y enseñarle: «No soy amado porque funciono. Funciono porque soy amado».

Los límites no nos vuelven duros, nos vuelven profundos. Poner límites significa: «Yo valgo». Es la decisión de no poner mi dignidad en juego, ni siquiera a cambio de aplausos, de armonía o de una pertenencia solo aparente.

Del FOMO al JOMO: la silenciosa rebelión del alma
«El ser humano es un ser finito con un corazón de deseos infinitos». (Crédito de la imagen: Regnum Christi Internacional)

Dios pone límites y también dice no

Ya en la primera página de la Biblia, Dios pone límites, no por miedo, sino para establecer un orden. El Creador separa, estructura, delimita, no porque el caos le moleste, sino porque el amor necesita espacio para hacerse concreto. El «no» de Dios nunca es frío, es protector. No es una señal de alto, es un espacio abierto para más amor.

Jesús mismo, el Hijo del Padre hecho carne, vivió esta forma de poner límites de manera plena. Dijo que no, y no solo una vez:

  • En el desierto dijo no a la tentación y a la manipulación, aunque el tentador se presentara con argumentos bíblicos muy afinados.
  • Después de un día lleno de curaciones se retiró a la soledad, aunque «todos lo buscaban» (Mc 1,37).
  • Y cuando Pedro quiso apartarlo, desde la emoción, de su camino de sufrimiento, Jesús pronunció uno de los «no» más duros de la Escritura: «¡Apártate de mí, Satanás!» (Mt 16,23).

Eso no es dureza de corazón, es claridad. El no de Jesús no nace del capricho, sino de su misión. No se niega a las personas, se niega a todo lo que lo distrae de lo esencial.

El precio de decir que sí

El ser humano es un ser finito con un corazón de deseos infinitos. Y precisamente por eso necesita límites. Nuestro miedo a perdernos algo nos hace creer que todavía cabe un «» más, pero nuestra alma lo sabe mejor. Porque quien siempre dice que sí, acaba sintiendo solo el no: agotamiento, sobrecarga, saturación.

«Escribe tres situaciones recientes en las que dijiste que sí aunque por dentro querías decir que no». (Crédito de la imagen: Regnum Christi México)

Solo Dios es ilimitado. El ser humano, en cambio, ha sido creado con principio y fin, de carne y hueso, con hambre y necesidad de dormir. Y eso es bueno. La limitación del ser humano no es un accidente de la creación, sino parte de su plan sagrado. En la finitud es donde se vuelve posible la relación. En la limitación es donde se despliega la profundidad. Sin límites no hay un yo. Sin un no, no hay un sí verdadero. Porque cada no que pronunciamos contiene un sí lleno de aprecio por aquello que de verdad nos importa.

Quien entiende esto deja de desgastarse con cada sí. Empieza a discernir para qué fue creado y qué cosas simplemente sobran. Porque a Dios no le honra que nos consumamos. Lo que lo honra es que ardamos por lo que es correcto.

Tres ejercicios para practicar el no

Decir no, no es cuestión de temperamento, es cuestión de practicar. Y como todo entrenamiento espiritual, necesita repetición, paciencia y un poco de buen humor. Aquí tienes tres ejercicios sencillos pero muy eficaces para tu día a día:

Del FOMO al JOMO: la silenciosa rebelión del alma
«La limitación del ser humano no es un accidente de la creación, sino parte de su plan sagrado». (Crédito de la imagen: Regnum Christi México)

Oasis sin conexión: Colócate durante cinco minutos bajo la mirada del Padre del cielo. Imagínate cómo Dios te mira con amor. Pregúntale: «¿Qué es lo que no quieres hoy de mí?». Te sorprenderá ver cuántas cosas puedes dejar sin culpa.

Mira los límites con el corazón: Toma una hoja. Escribe tres situaciones recientes en las que dijiste que aunque por dentro querías decir que no. ¿Qué sentiste en ese momento? ¿A qué le tenías miedo? ¿Qué habrías necesitado para poder decidir con libertad?

Desintoxicación digital: Pon un temporizador, una hora a la semana sin internet, sin deslizar, sin reaccionar, sin multitarea. Sal a caminar. Tómate un café. Déjate bañar por el sol. Escucha el silencio. Te darás cuenta de que el universo sigue girando sin tu intervención. Y disfruta the joy of missing out, la alegría de perderte algo con gusto.

(El presente artículo es una traducción de “JOMO: Die Freiheit des Neins”)

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