Desde hace seis veranos, jóvenes y adolescentes españoles cruzan el Atlántico para evangelizar en comunidades de la zona maya del sureste mexicano. Lo que comenzó como una colaboración entre primos se ha convertido en una experiencia espiritual que redefine vidas, vocaciones y prioridades. Víctor López, director de Juventud Misionera España, comparte cómo este apostolado ha revelado una Iglesia viva, una fe encarnada y una alegría que interpela a quienes «lo tienen todo». ¿Qué lleva a un joven europeo a buscar a Cristo entre los más sencillos? ¿Y por qué, al volver, siente que ha recibido mucho más de lo que fue a dar?
Un destino providencial en la selva de Quintana Roo
En 2017, Juventud Misionera España trascendió más fronteras. Tras años de misiones en Guatemala y otras zonas de México, el equipo comenzó a viajar al municipio de Felipe Carrillo Puerto, en el estado de Quintana Roo. La decisión no fue fruto de una estrategia institucional, sino de una conversación familiar. Víctor López, entonces joven misionero, habló con su primo Antonio Maza, consagrado del Regnum Christi destinado en Cancún. Maza le presentó el proyecto evangelizador de Misión Maya, y así nació una colaboración que, seis años después, sigue dando frutos.
La pandemia interrumpió dos veranos, pero no la convicción. Cada año, entre 100 y 120 jóvenes de colegios vinculados al Regnum Christi — y otros centros educativos — se suman a esta experiencia. No viajan como turistas ni como voluntarios humanitarios. Viajan como misioneros. Y lo que encuentran, según Víctor, es mucho más que una «cultura ancestral» o una realidad social desafiante. «Nos encontramos a Jesucristo mismo», afirma. «Y por eso volvemos».

El fruto visible: vidas que cambian desde dentro
Cuando comenzaron, nadie imaginaba el impacto que tendría este apostolado. «El Señor da el ciento por uno cuando se viaja para darle a conocer», dice Víctor. En medio del calor, el cansancio, las incomodidades y la precariedad, los jóvenes descubren una fe viva, una alegría profunda y una comunidad que les interpela. «He visto vidas cambiadas radicalmente. Yo soy uno de ellos», comenta.
Su testimonio personal dice mucho. En 2010, participó en una misión sin saber que ese viaje marcaría un antes y un después. «Era joven e inconsciente. Pero ese encuentro con el Señor me cambió la vida. El Regnum Christi me acompañó en todo el proceso hasta hoy, como padre de familia». Para muchos jóvenes y adolescentes, las misiones se convierten en un punto de inflexión espiritual. No es una experiencia puntual, sino el inicio de una búsqueda más profunda.
La clave, según Víctor, está en la autenticidad del encuentro. «En medio de quienes viven con lo justo, vemos una fe que nos fortalece. Nosotros, que lo tenemos todo, a veces somos infelices. Ir de misiones es volver a lo esencial».

El santuario que respira fe y protección
Uno de los lugares más emblemáticos del viaje es el Santuario de la Virgen Desatanudos, una devoción impulsada por el Papa Francisco. La visita se realiza al día siguiente de aterrizar en Cancún, como preparación espiritual para la misión. «Es el pulmón de la experiencia», afirma Víctor. «He visto un antes y un después en cada joven que entra allí».
La Virgen, dice, intercede por los frutos espirituales, pero también por la seguridad de los misioneros. «Tengo la certeza absoluta de que media por nosotros ante el Padre». La fe se fortalece en ese espacio, donde los adolescentes se abren a una experiencia que marcará su vida.
La colaboración con la diócesis local ha sido constante. Monseñor Pedro Pablo Elizondo, obispo de la diócesis de Cancún-Chetumal, ha presidido en ocasiones la misa de envío misionero, y cuando no es posible, delega en su representante. Esta coordinación permite dar continuidad al trabajo pastoral en las comunidades visitadas. «Estamos al servicio de la Iglesia local, con humildad y sencillez», afirma Víctor.

Tres aprendizajes personales y una Iglesia que acompaña
Para Víctor López, las misiones han dejado huella en tres aspectos esenciales: la sencillez de corazón, la apertura de cuerpo y espíritu, y el reconocimiento de la labor misionera de la Iglesia. «Los misioneros son un testimonio vivo de Jesucristo», afirma. «Conocer a tantos que han dado su vida por la evangelización ha sido fundamental en mi fe».
Más allá del impacto espiritual, la organización de las misiones implica una carga administrativa considerable. «Las gestiones son tediosas, pero si se santifica el trabajo y se ofrece por los frutos, todo merece la pena». Coordinar grupos tan grandes, garantizar la seguridad, y mantener el vínculo con las comunidades requiere esfuerzo constante.
Víctor subraya que el apostolado de Juventud y Familia Misionera ha dado frutos en todo el mundo. «No por los que lo dirigimos, que somos “instrumentos inútiles”, sino porque la Iglesia es esencialmente misionera», explica. «Su mandato principal — el de Cristo — es llevar el su amor a todas las personas, y de ahí se derivan todas las demás dimensiones: la atención a los pobres, la educación, la salud».

Jóvenes en misión, familias en espera
Estas misiones están dirigidas más para los jóvenes. En México, se enfocan en adolescentes; pero en África, para mayores de edad. Ha habido excepciones, pero la organización limita la participación por razones logísticas. «No es sencillo organizar estos apostolados con tantos grupos en verano y poco personal», explica Víctor.
Víctor lanza una invitación clara: «Las misiones son para recibir el bien, hacer el bien y aprender». En medio de la gente sencilla, dice, se puede ver a Cristo cara a cara. «Lánzate a ser feliz, a tener una vida llena de grandes ideales y sueños en Cristo».
La primera bienaventuranza, bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos, resuena como un eco constante en cada misión. «No sé si nuestro Señor lo dijo en orden de importancia, pero que sea la primera ya me dice mucho».



