Guillermo Narro, laico que asiste a la Plenaria General del Regnum Christi, y su esposa Emma nos comparten cómo su vocación matrimonial y familiar se ha convertido en un lugar donde el amor se construye todos los días, con sencillez y con verdad. Su vida de esposos y padres no es teoría, sino tierra firme: una historia hecha de aprendizaje, alegrías profundas, cansancios que enseñan, pequeños gestos que sostienen y un camino que se vuelve más pleno con el tiempo. Hablar con él es asomarse a un matrimonio que crece — no por la ausencia de dificultades — por la decisión de caminar juntos, de dialogar, de perdonarse y de poner a Cristo en medio. Desde esa experiencia real, concreta y cotidiana, Guillermo ofrece una mirada que anima: el amor se alimenta en lo de todos los días, se afina con la gracia y se vuelve signo de esperanza cuando se vive con fe, con paciencia y con la certeza de que vale la pena seguir avanzando.
¿El matrimonio es como lo imaginaban?
El matrimonio ha sido mejor de lo que esperábamos. Ha sido más desafiante, pero también mucho más bonito. Hemos tenido que aprender más de lo que imaginábamos, pero también hemos recibido muchísimo más amor, alegría y crecimiento. El primer año casados fue el mejor de nuestras vidas… hasta que llegó el siguiente, y así cada año se ha vuelto el nuevo «mejor año». Nos sentimos cada vez más felices, más unidos, más cómplices y, sobre todo, más conscientes de que el amor requiere trabajo diario.
¿En qué ha superado sus expectativas, y en cuáles se han sentido sorprendidos, positiva y negativamente?
Nos ha sorprendido muchísimo la vida familiar. Como pareja, creíamos conocernos bien, pero cada día descubrimos una nueva forma de querernos, de ser amigos, de confiar más el uno en el otro. Y como papás, ha sido algo que nos ha superado en todos los sentidos: sabíamos que sería bonito, pero no imaginábamos cuánta ternura, alegría y crecimiento interior traería. Los hijos nos enseñan a amar más y mejor, y nos impulsan a ser mejores personas y esposos. También nos revelan el Amor que Dios nos tiene.
Negativamente, lo que más nos ha costado es adaptarnos a las diferencias entre nuestras familias de origen y entender que nuestra familia ahora es nueva y tiene su propio camino. A veces eso duele o cuesta, pero también nos ha hecho más fuertes y más conscientes de quiénes somos juntos. Una vez que superas esa etapa, es demasiado emocionante crear nuevas tradiciones y una familia «nueva» única e irrepetible con Dios. También fue sorprendente tener que considerar al otro para todo, o como a veces decimos de broma que volver a «pedir permiso» para salir o comprar algo y no olvidarte de «avisar» a qué hora sales y a qué hora llegas.

¿Han vivido alguna fuerte crisis matrimonial? ¿Qué los mantuvo para seguir adelante?
No hemos tenido una crisis profunda en el sentido de considerar separarnos, pero sí momentos difíciles. A veces es complicado hacer equipo, poner al otro primero, vencer el egoísmo o simplemente mantener la actitud de servicio cuando hay cansancio, sobre todo con los hijos. Una de nuestras crisis más grandes fue aceptar que somos diferentes, que hacemos las cosas de manera distinta… y que eso está bien.
Entender que esas diferencias no nos separan, sino que nos complementan, fue un gran paso.
Hemos buscado ser muy intencionales en nuestra relación, dándole prioridad a la relación, al otro y a los hijos, planeando para que las cosas sean como Dios nos va pidiendo y entendiendo el matrimonio y nuestra familia como la vocación que Dios nos ha dado dentro de la Iglesia y dentro de nuestra vocación laical. No es sólo tener nuestra cita de la semana, sino vivirla bien y dar los espacios necesarios para enamorarnos más.
Dios siempre ha sido el centro, Él es quien nos ayuda a pedir perdón, a perdonarnos y la fuente para poder seguir amándonos. Nos gusta decir que nuestro matrimonio es como un triángulo: cuanto más nos acercamos a Dios, más nos acercamos entre nosotros. Esa imagen nos representa muy bien. Sabemos que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.
«¡Esposos! ¿Ya no están enamorados? ¡Felicidades! Ahora pueden empezar a amar». — Padre Pío de Pietrelcina
Para nosotros, el amor se demuestra también en el cansancio, el estrés y los momentos de dificultad. Hemos aprendido a amar incluso con los defectos del otro y a esforzarnos por mantener viva la ilusión. Nos importa muchísimo seguir enamorados, sentirnos importantes, vistos, queridos. La comunicación ha sido clave: hablar cuando algo no nos gusta o cuando esperamos algo distinto, siempre con cariño. Eso nos ha permitido seguir construyendo. El amor se cultiva día a día, con intención y esfuerzo.
¿Cómo viven la realidad del matrimonio como sacramento?
Que Dios esté presente entre nosotros, formando una alianza con nosotros y sosteniéndonos. Él nos da las gracias especiales para vivir este estado de vida, porque sin Él sería imposible tener un matrimonio y una familia verdaderamente felices.
El matrimonio como sacramento es un pacto de tres: Dios, el esposo y la esposa.
También nos llama a transmitir a nuestros hijos ese mismo amor incondicional que Él nos da.
¿Cómo han experimentado la gracia de Dios en los momentos difíciles?
Hemos sentido la gracia de Dios de muchas maneras. Por ejemplo, cuando los niños no quieren dormir y el cansancio nos supera, he experimentado que, al empezar a rezar o cantar al Espíritu Santo, todo cambia: se calman, se relajan… y después pienso «¿por qué no lo hice antes?».
Emma comenta que también han sentido la gracia de Dios a través de otras personas, especialmente de «los amigos que nos rodean y de nuestra comunidad». Cuando falleció un familiar cercano, prosigue Emma, «mis amigas de Regnum Christi organizaron un ramillete espiritual y Guillermo cuidó a los niños para que yo pudiera ir al funeral en otra ciudad. En esos gestos concretos, Dios se hace muy presente».
Por supuesto, en la oración y en los sacramentos: cuando nos sentamos a rezar juntos, incluso después de una discusión, siempre encontramos paz.

¿Ha cambiado su forma de amar desde que se casaron?
Nuestro amor se ha vuelto más desinteresado, más servicial y más incondicional.
Antes decíamos «en la salud y en la enfermedad», y ahora realmente lo vivimos: cuidándonos cuando uno está enfermo, acompañándonos en los momentos difíciles. Con la maternidad y la paternidad, la admiración también ha crecido. Dice Emma: «Me enamora ver a Guillermo siendo papá, escucharlo hablar y jugar con los niños, verlo cambiar pañales o relevarme para dormirlos».
Antes el amor se expresaba con gestos más extraordinarios — una cena especial, o un gran regalo —, ahora lo vivimos en lo más cotidiano: en un café o desayuno en casa, tendiendo la cama, en la ayuda mutua, bailando juntos con los niños, en lo sencillo de cada día. Y ahí, curiosamente, el amor se siente más profundo.
¿Cómo vivir el matrimonio sin «aguantar al otro», sino amándolo y sirviéndolo de verdad?
La clave está en Dios, en la comunicación y en la confianza.
Nos decimos las cosas con sinceridad, incluso cuando el otro no está en su mejor versión. Aprendimos a reconocer nuestros errores, pedir perdón y perdonar. Para nosotros, separarnos nunca ha sido una opción. Así que, cuando algo se complica, lo único que queda es levantarse y seguir echándole ganas, juntos.
Con el tiempo también aprendes a conocer mejor al otro: cuándo hablar, cómo pedir algo, y eso hace la convivencia más amable. Todo esto se vive con la ayuda de la gracia: amar y servir al otro, no solo por él, sino también por amor a Cristo.
En una cultura donde muchas parejas se separan, ¿cómo pueden los matrimonios cristianos ser un signo de esperanza?
Siendo reales, alegres y transparentes. No se trata de mostrar una vida perfecta, sino de una vida con Dios en medio. Compartir las heridas, las batallas y cómo Dios las ha sanado da esperanza. Que la gente vea matrimonios felices, contentos, enamorados y auténticos, aunque no perfectos. Con Dios la vida no es más fácil, pero sí más plena. Él hace nuevas todas las cosas y nos da vida en abundancia.
Con los cambios culturales, el individualismo y la tentación de la salida fácil, ¿cómo seguir adelante sin rendirse?
Tratando de agradar siempre a Dios. Cuando buscas hacer lo que a Él le agrada, todo se ordena. También ayuda mucho rodearse de buenos amigos: personas que te inspiren, te den buenos consejos, recen por ti y compartan el deseo de ser santos.
Perseverar no es cuestión de aguantar, sino de mantener el corazón y la mirada en la dirección correcta: Cristo y el cielo.
¿Qué papel tienen la Iglesia, la comunidad, la espiritualidad, la oración y los sacramentos en su matrimonio?
La Iglesia ha sido madre, guía y protectora. Probablemente no nos habríamos conocido sin ella ni sin el Regnum Christi, que ha sido nuestra casa y comunidad. En todos los lugares donde hemos estado, siempre nos ha acogido una comunidad eclesiástica, o bien, una comunidad del Regnum Christi. Nuestros mejores amigos durante las diferentes etapas de la vida son también del Regnum Christi.

Nuestra comunidad nos motiva, nos compromete, nos da vida y saca lo mejor de nosotros. Nos ayuda a mantener los pies en la tierra y los ojos en el cielo. Nos encanta ir a las bodas de nuestros amigos, además de bailar, porque siempre aprovechamos para recordar y renovar nuestras propias promesas. Los sacramentos, la misa, la confesión frecuente y la oración en pareja son nuestra fuerza diaria.
Nuestra felicidad, paciencia y tolerancia están directamente relacionadas con nuestra vida de oración y de gracia.
Estamos infinitamente agradecidos con Dios y somos muy conscientes de que hemos sido inmensamente bendecidos sin merecerlo y que si no fuera por Él, nuestra vida no sería así de increíble, porque nosotros no teníamos la capacidad de imaginárnosla. Dios siempre nos ha dado el ciento por uno y ha superado absolutamente todas nuestras expectativas.


