Regnum Christi Internacional

«Porque estuve preso y me visitaste» – El P. Arturo Guerra, L.C. y el rostro de Cristo en las misiones carcelarias

Lo que me ha tocado ver y percibir, misión tras misión, es que para un número considerable de personas, la experiencia dura de la cárcel les lleva a pisar fondo en su vida y a iniciar fatigosa pero decididamente un proceso, profundamente humano, auténtico y hermoso, de toma de conciencia del mal realizado (cuando ha sido así).
P. Arturo Guerra, L.C. y el rostro de Cristo en misiones carcelarias

La Iglesia celebra el Jubileo de los Presos este 14 de diciembre. El interior de una cárcel es un territorio que pocos se atreven a cruzar. Ahí, donde la libertad parece haberse detenido, el P. Arturo Guerra, L.C., ha descubierto por varios años la posibilidad del encuentro, la carencia de la dignidad humana, la esperanza que renace y ese brillo humano que la privación de la libertad no apaga. Su experiencia — nacida entre jóvenes universitarios, viajes a las Islas Marías, misiones en México, Belice e Italia — es testimonio de que Jesús sigue habitando en los márgenes, esperando ser mirado, abrazado y acompañado. ¿Qué mueve a un sacerdote legionario de Cristo a subir nueve horas a un barco para llegar a una prisión; cómo un voluntario se transforma al escuchar el agradecimiento de quien se creía sin valor? Detrás de cada historia hay un rostro, un nombre, algo que nos recuerda que la misericordia nunca deja de abrir caminos.

P. Arturo, ¿qué lo motivó a llevar misiones a un lugar tan aislado como la prisión en las Islas Marías, México?

En el 2005 estando en contacto con jóvenes en el apostolado nació un pequeño proyecto de jóvenes voluntarios que impartirían un taller de radio en una cárcel de menores en los alrededores de Barcelona, España. Ahí pude ver el bien profundo que podían hacerse mutuamente los jóvenes universitarios y los jóvenes privados de su libertad al encontrarse con un corazón abierto.

Más adelante, trabajando ya en México, la idea de hacer misiones en las Islas Marías brotó espontánea pues siempre me habían impresionado las historias que el «Padre Trampitas» contaba. Las Islas Marías están en el océano Pacífico, frente a las costas del estado de Nayarit, México, a unos 112 km de tierra firme. El conjunto está formado por cuatro islas principales y algunos islotes. Las Islas Marías dejaron de funcionar como centro penitenciario en febrero de 2019, cuando el gobierno federal decretó su cierre definitivo. Hoy son un espacio dedicado a la educación ambiental y la conservación.

Pero volvamos al padre Trampitas, y cuando las Islas Marías seguían siendo un centro penitenciario. Él fue un sacerdote jesuita que vivió más de 30 años en las Islas Marías como preso voluntario. Lo de «preso voluntario» se lo tomó tan en serio que cuando el Papa Juan Pablo II visitó México por primera vez en 1979, no le llegó el permiso de las autoridades para poder ir a una de las ciudades por donde iba a pasar el Papa, así que vivió junto a las personas privadas de su libertad aquella visita papal transmitida por televisión. Por cierto, el padre Trampitas pidió ser enterrado en las Islas Marías junto a la tumba de El Sapo, así que en cada misión visitábamos la tumba del padre Trampitas, y la de «El Sapo».

P. Arturo Guerra, L.C. y el rostro de Cristo en misiones carcelarias
Para quien va con los ojos de la fe es una experiencia fuerte de encontrar a Cristo que se esconde en quien está privado de su libertad. (Crédito de la imagen: Misión Islas Marías en Facebook)

El Sapo es un personaje de mitades del siglo XX, conocido por sus más de 100 homicidios. Estuvo un tiempo en la cárcel de Lecumberri y después fue transferido a las Islas Marías donde conoció al Padre Trampitas. En las Islas Marías, pasó por un proceso de conversión radical muy bonito, en un camino gradual de la gracia, de la misericordia de Dios y de su respuesta. De hecho, El Sapo se confesó con el Padre Trampitas, su gran amigo para entonces. El Sapo prometió nunca matar más, ni aunque fuera en defensa propia. Tiempo después muere asesinado entre los cerros de las Islas Marías y es enterrado ahí mismo en el cementerio de la antigua hacienda que existía antes de que la isla se convirtiera en prisión.

¿Cómo describiría el proceso de preparación espiritual y humana que viven los jóvenes antes de partir?

Es importante llegar preparados. Este proyecto de voluntariado está siempre abierto a jóvenes creyentes y no creyentes. Para quien va con los ojos de la fe es una experiencia fuerte de encontrar a Cristo que se esconde en quien está privado de su libertad. Y para quien va movido por un deseo sincero, auténtico, abierto y generoso de aprender y de ayudar en lo posible, dejando a un lado las etiquetas de si «yo estoy libre y tú no», o si «tú no has tenido problemas con la ley y yo sí», o «si yo no creo y tú sí», pues nos descubrimos todos como seres humanos que caminan, que a veces aciertan y otras veces fallan, que caen y se levantan y que aprenden muchísimo los unos de los otros de experiencias de vida tan variadas y plurales. Desde luego que el Señor siempre se hace presente a su modo en cada misión.

P. Arturo Guerra, L.C. y el rostro de Cristo en misiones carcelarias
En el caso de las Islas Marías se tomaba con frecuencia un barco que hacía unas nueve horas de camino. (Crédito de la imagen: Misión Islas Marías en Facebook)

¿Qué fue lo más desafiante para dejar atrás la rutina y entrar en un contexto tan distinto?

En el caso de las Islas Marías se tomaba con frecuencia un barco que hacía unas nueve horas de camino. Salíamos de Mazatlán y cruzábamos una “partecita” de las inmensidades del Océano Pacífico en toda su belleza: podíamos pasar por sol, lluvia, mar tranquilo, mar inquieto, viento, niebla, amaneceres y atardeceres, arcoíris, gaviotas, delfines y tortugas…  Todo muy bello, sí, pero aquellas nueve horas de barco, nueve de ida y nueve de vuelta, te dejaban físicamente rendido y con una añoranza considerable de pisar cuanto antes, a la ida y a la vuelta, tierra firme.

¿Cómo reaccionan los jóvenes al encontrarse con una realidad tan distinta a la suya?

Los voluntarios suelen llegar con un corazón siempre generoso y en el que se mezclan la curiosidad, un poco de temor y nervios y the duda de si lograrán o no ser buenos voluntarios que ayudan a las personas privadas de su libertad. Lo interesante de estas misiones es que todas estas incertidumbres, temores y nervios suelen evaporarse a los pocos minutos del primer encuentro con las personas privadas de su libertad.

P. Arturo Guerra, L.C. y el rostro de Cristo en misiones carcelarias
«No me ha tocado ver a ningún joven que, al terminar la experiencia, se haya arrepentido de haber ido», dice el P. Arturo Guerra, L.C. (Crédito de la imagen: Misión Islas Marías en Facebook)

¿Cómo recibieron los presos a los jóvenes misioneros? ¿Hubo sorpresa, resistencia o apertura desde el inicio?

Por su parte, las personas privadas de su libertad suelen llegar con un corazón muy abierto, a la expectativa y en el que se mezclan la curiosidad de saber quiénes serán éstos y a qué vienen y la duda de si lo que ofrecerán será o no aburrido. El hielo suele romperse muy rápido de los dos lados y entonces comienzan unos días de intercambio humano, espiritual, cultural, gastronómico, recreativo, enormemente enriquecedor.

¿Puede compartir una experiencia concreta que lo haya marcado profundamente en este tipo de misiones?

En una ocasión, en uno de los campamentos de las Islas Marías, al final de una mañana de actividades, un joven privado de su libertad, tomó la palabra y nos dijo a todos con voz clara y decidida más o menos lo siguiente: «yo vine esta mañana a sus actividades sólo porque me convenció un compañero de venir, pero antes de llegar aquí pensaba en lo poco que valgo, en que no le importo a nadie, en que lo que hago no sirve para nada, en que los que estamos aquí estamos etiquetados para siempre como gente criminal y sin remedio; pero ahora, tras estos ratos pasados con ustedes, me doy cuenta de lo equivocado que estaba y pues sólo puedo decirles, ¡muchas gracias por venir de tan lejos para visitarnos!».

P. Arturo Guerra, L.C. y el rostro de Cristo en misiones carcelarias
La experiencia dura de la cárcel los lleva a pisar fondo en su vida y a iniciar fatigosa pero decididamente un proceso, profundamente humano, auténtico y hermoso, de toma de conciencia del mal realizado. (Crédito de la imagen: Misión Islas Marías en Facebook)

¿Hay alguna historia significativa de transformación o esperanza vivida por los presos durante la misión?

Una vez en una cárcel italiana una joven nos agradeció mucho y nos dijo que cuando terminara su pena y regresara a su país, se buscaría el tiempo para hacer lo mismo que nuestro grupo de voluntarios hizo con ella. Y es que en esa ocasión nosotros impartimos un taller de periodismo, dado que entre los voluntarios había un buen número de estudiantes de comunicación; así que ella estaba decidida a visitar a las personas privadas de su libertad en su país e impartirles un taller parecido.

¿Qué frutos ha visto en los jóvenes que participaron, años después de la experiencia?

Por lo general los jóvenes batallan con la decisión de sumarse o no sumarse a este voluntariado. Razones para no ir, hay muchas. Pero una vez que se deciden, todo lo demás fluye. No me ha tocado ver a ningún joven que, al terminar la experiencia, se haya arrepentido de haber ido. Más bien deja una huella profunda e imborrable. Se aprende a ver la vida, los acontecimientos, las personas, los problemas, los retos y las alegrías con ojos nuevos. Cuando un adulto privado de su libertad dice de corazón mirando a los ojos a los voluntarios: «ahora que vuelvan a su casa, abracen a sus papás y por favor háganles caso; no como yo que no quise hacerles caso», se pueden observar entre los jóvenes más de algún nudo en la garganta o unos ojos a punto de llorar.

P. Arturo Guerra, L.C. y el rostro de Cristo en misiones carcelarias
El P. Arturo Guerra, L.C. con voluntarias de las misiones carcelarias, en una escultura decorativa de un automóvil. (Crédito de la imagen: Misión Islas Marías en Facebook)

¿Qué lugar ocupa hoy esta experiencia misionera en su vida sacerdotal y en su fe?

Creces y aprendes enormemente en cada misión. Cuando nunca se ha estado en una cárcel, se suele pensar que allá dentro sólo encontrarás personas duras, sin sentimientos, pagadas de sí mismas y que esperan cumplir condena para seguir haciendo lo mismo de antes. Lo que me ha tocado ver y percibir, misión tras misión, es que para un número considerable de personas, la experiencia dura de la cárcel les lleva a pisar fondo en su vida y a iniciar fatigosa pero decididamente un proceso, profundamente humano, auténtico y hermoso, de toma de conciencia del mal realizado (cuando ha sido así), de deseos concretos de reparar el mal en la medida de lo posible, de asumir las propias responsabilidades sin caer en la tentación del victimismo, de mirar al futuro con esperanza y de abrirse al Dios del perdón con sencillez de niño. Son personas que alcanzan una cierta sabiduría, un sentido común y un entusiasmo peculiares y terminan esparciendo todas estas cosas buenas entre sus compañeros de prisión sin darse mucha cuenta.

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