El Centro Juan Pablo II en Viena celebró la bendición solemne de su altar en un edificio histórico que, tras varios años de renovación, inicia ahora una nueva etapa al servicio de la vida pastoral. El centro, rehabilitado para acoger la oración, la formación y el acompañamiento espiritual, abre nuevamente sus puertas en una zona clave de la ciudad con el propósito de responder mejor a las necesidades de la comunidad y de quienes buscan un espacio de encuentro. La participación de cientos de personas en los primeros días evidenció la importancia de este paso para la misión local. ¿Qué oportunidades ofrece esta renovación para anunciar el Evangelio en un contexto urbano tan diverso? ¿Cómo podrá fortalecer la vida comunitaria y el servicio pastoral en los próximos años?
«¡Dios, Padre y Señor, te alabamos!», cantado por cientos de voces y acompañado por un coro juvenil, resonó al concluir la bendición del altar en el nuevo Centro Juan Pablo II de Viena, el 7 de septiembre. Aquel canto, elevado desde una comunidad que por fin tiene un hogar renovado, marcó el inicio de la semana inaugural «Casa Abierta – Corazones Abiertos», que comenzó oficialmente el 28 de septiembre en Praterstraße 28, en Viena.
«Hermanos y hermanas, acerquémonos ahora con espíritu de oración al Señor, que santifica la Iglesia y su altar». Con estas palabras, el P. Nikolaus Krasa, delegado del administrador apostólico de la arquidiócesis de Viena, dio inicio a la bendición del altar, de la capilla y del sagrario, en una celebración que reunió a la comunidad y a sus bienhechores, y que estuvo acompañada por la alegría de recibir también a dos catecúmenos en la Santa Misa.
Para la ocasión, Eva Papic, cantante y compositora vinculada al equipo de worship del Centro Juan Pablo II, compuso el canto «Volvemos a casa», que fue interpretado durante la celebración por la banda de adoración del centro, con piano, guitarra, flauta y percusión. La música, actual y orante, ayudó a expresar lo que muchos sentían: la capilla — y, en realidad, toda la casa — se convierte desde ahora en un lugar donde Dios habita y reúne a su pueblo.
El altar como mesa de Dios
En la homilía, el P. Nikolaus Krasa retomó las lecturas del 23º domingo del Tiempo Ordinario, que hablan de las condiciones para el seguimiento de Jesús y de la súplica de Salomón por un corazón dócil. Desde ahí, trazó un puente hacia la vocación de Abraham, iluminada por aquella palabra fundante: Lech lecha — ve, es bueno para ti —. Estas imágenes bíblicas confluyen en la Eucaristía y toman forma visible en el nuevo altar.
Para explicar este misterio, se refirió al icono de Andréi Rublev que representa la visita de los tres ángeles junto a las encinas de Mambré. Aunque Abraham y Sara no figuran en la escena, la tradición cristiana reconoce en los tres huéspedes una imagen luminosa de la Trinidad. La mesa ante la cual se sientan no es un simple mueble: tiene rasgos de altar, con un relicario y un recipiente semejante a un cáliz. Lo más significativo es que el frente de la mesa está abierto, invitando al observador a ocupar un lugar en ella. Así se revela que Dios invita al ser humano a sentarse con Él, a entrar en comunión, a acoger su presencia. El altar bendecido este día es, por tanto, una mesa donde el cielo toca la tierra, donde Cristo acoge, alimenta y fortalece a su pueblo, y donde cada uno puede escuchar interiormente: «Es bueno para ti».
«Ve a una tierra nueva»
En la víspera, tras la solemne reserva del Santísimo Sacramento trasladado desde Marxergasse, donde se encontraba el centro previo, el P. George Elsbett, L.C. meditó sobre el Génesis 12,1: «Deja tu tierra y vete», y situó en esa tradición la llegada al centro renovado en Praterstraße: «Hemos cruzado nuestro río Jordán, el canal del Danubio, y hemos llegado a una tierra nueva».
En su reflexión, explicó que esa «tierra nueva» habla del horizonte del cielo que da sentido último a la vida humana; habla también de la llamada a la santidad, que no permite quedarse en la mediocridad, sino que impulsa a vivir con la libertad interior de quien pone a Dios en primer lugar; y se refiere, finalmente, a la renovación de la Iglesia, entendida como un camino comunitario. Recordó que, años atrás, él mismo se veía como un prestador de servicios, pero comprendió que la misión no consiste en ayudar al sacerdote con sus tareas, sino en caminar juntos como Iglesia para llevar de nuevo a la ciudad a Jesús.
«Amueblamos esta casa con esmero — añadió — no para nosotros, sino para que se convierta en un lugar que refleje algo del cielo: en nuestra manera de ser, en cómo nos tratamos y en cómo servimos».
Dos años de obra y muchos pequeños milagros
Los días previos a la inauguración estuvieron marcados por un esfuerzo extraordinario. Decenas de voluntarios completaron casi todos los trabajos, dejando el centro listo para abrir sus puertas. En 2.300 metros cuadrados, distribuidos en siete niveles, se acumularon montañas de material de embalaje que hubo que retirar con varios camiones. La cruz de madera de tres metros, tallada por un artesano del Tirol del Sur, fue instalada durante la noche del sábado.
En medio de las labores, se sucedían pequeños signos de la providencia. Uno de ellos fue la llegada inesperada de un gerente financiero apasionado por el bricolaje que, tras enterarse del proyecto y buscarlo en internet, apareció con una caja de herramientas para ofrecer su ayuda. Trabajó durante horas, atornillando, fijando y montando, como todos los demás, simplemente por amor a Dios, antes de marcharse discretamente en la noche.
El P. George ha ido registrando en su ordenador estas y otras historias vinculadas a la construcción del centro, una recopilación que él mismo llama «Crónicas de un milagro» y que espera publicar más adelante. Pero incluso sin ese relato, quienes participaron en estos dos días pudieron experimentar algo claro: Dios actúa. Muchos llegaban, además, con sus propias historias de fe a cuestas, y la comunidad se convirtió en un espacio donde esas experiencias se compartían con naturalidad y esperanza.
Gratitud y nuevas perspectivas
Tras dos años de obra, con sus momentos de luz y sus desafíos, la comunidad se unió en un mismo canto: ¡Dios es grande! Para algunos, el fin de semana estuvo marcado por la alegría, la gratitud y el alivio; para otros, por lágrimas que expresaban el impacto espiritual del momento. David Schwarzbauer, que colabora a tiempo completo en el Centro Juan Pablo II, junto con Anna Schinnerl, uno de los primeros en impulsar el proyecto, lo describió con emoción: «La bendición del altar es el punto culminante, indescriptible y profundamente emotivo, de un largo camino. Para mí, es un momento increíble porque de pronto se abren tantas posibilidades. Estoy infinitamente agradecido y miro al futuro con alegría y apertura».
El objetivo a largo plazo del proyecto es llegar, por nuevos caminos, a personas alejadas de la Iglesia, acompañarlas para que descubran la fe y capacitarlas para vivir como discípulos misioneros, y también ayudar a otras comunidades a avanzar en el mismo camino.
Durante la semana inaugural, del 28 de septiembre al 5 de octubre, el nuevo centro abrió sus puertas a todos. El programa incluye la fiesta parroquial con la misa en San Nepomuceno, una charla sobre relaciones «Couple Answers», el lanzamiento de Alpha Youth, el día de la familia y la noche de la misericordia. Con estas actividades, el Centro Juan Pablo II quiere ofrecer a todos la oportunidad de redescubrir la fe, de vivir la comunidad y de llegar con un corazón abierto.
Sobre el nuevo centro
El nuevo edificio cuenta con 2.300 metros cuadrados distribuidos en siete plantas. Entre sus espacios principales destacan la capilla, con capacidad para unas 300 personas, y la cafetería «Karol» — el nombre de pila de san Juan Pablo II —, abierta diariamente y con acceso desde la calle principal. El inmueble incluye también salas comunitarias, áreas para sacerdotes y oficinas, así como 13 habitaciones para alojamiento. El proyecto fue financiado íntegramente con donaciones del entorno del centro.
«Hemos renovado un edificio antiguo, del que solo quedaban las paredes, y se han conservado algunos techos, así que parece completamente nuevo. En cuanto al estilo, intentamos hacerlo sencillo, contemporáneo y, a la vez, atemporal, para que siga resultando atractivo dentro de unos años. Todas las salas son muy funcionales y extremadamente flexibles en su uso», comentó Annalena Meixner, una chica bávara que viene de un entorno arquitectónico y, más recientemente, trabajó en la gestión de un gran proyecto de construcción en Múnich.
El presente artículo es una adaptación de „Ein Ort, der etwas vom Himmel widerspiegelt“
