La Iglesia se prepara para celebrar el Jubileo de los Jóvenes en Roma, del 28 de julio al 3 de agosto de 2025, con la convicción de que la juventud es una riqueza que acoger y acompañar. Lejos de los discursos que desconfían o minimizan su papel, este acontecimiento jubilar reconoce en los jóvenes una fuerza viva capaz de renovar la fe, contagiar esperanza y abrir caminos nuevos. ¿Qué nos dice hoy la juventud sobre Dios y sobre la Iglesia? ¿Estamos dispuestos a caminar con ella, no como guías lejanos, sino como compañeros de misión? Gustavo Castañón, Misionero Permanente del Regnum Christi, y que en la actualidad tiene su misión con jóvenes y adolescentes en Las Condes, Santiago (Chile), nos ofrece la siguiente reflexión sobre el Jubileo de los Jóvenes.
Con motivo del Jubileo de los Jóvenes, la Iglesia vuelve a centrar su mirada en la juventud como un verdadero tesoro de fe, esperanza y renovación. Este acontecimiento jubilar, en el marco del Año Santo que convocó el Papa Francisco, es una oportunidad providencial para redescubrir la fuerza transformadora de los jóvenes en la vida de la Iglesia. Lejos de una visión pesimista o desconfiada, este tiempo de gracia nos invita a reconocer y acompañar el camino de tantos jóvenes que buscan, aman y sirven a Dios con alegría y valentía.

La sabiduría de las Escrituras y el corazón de la Iglesia
Con frecuencia escuchamos lamentos sobre la juventud actual, ecos de frases que, sorprendentemente, se remontan a pensadores como Aristóteles y Sócrates, hace más de dos mil años. «Los jóvenes no tienen control, carecen de respeto, de educación, de moral», son afirmaciones que parecen resonar a través de los siglos.
Es una visión generalizada, sí, y a veces, al iniciar una charla o retiro, vemos a los jóvenes asentir, reconociendo tal vez el peso de esta percepción social. Pero, ¿es la juventud solo eso? ¡De ninguna manera! Es muchísimo más. La juventud es, ante todo, una etapa de búsqueda y, en muchísimas ocasiones, de un encuentro profundo con Dios.
La Sagrada Escritura nos invita a una visión más elevada. En Eclesiastés 11, 9 se nos dice: «Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia. Anda según los caminos de tu corazón y la vista de tus ojos, pero recuerda que sobre todas estas cosas te juzgará Dio». Y en 1 Timoteo 4, 12 nos exhorta: «Que nadie menosprecie tu juventud; antes, sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza».
Este es el mensaje constante de nuestra Iglesia. San Pablo VI, con gran perspicacia, afirmó: «La juventud no tiene miedo de las cosas grandes; en cambio, tiene miedo a las malas y mediocres. Es la edad apta para los grandes ideales». La Iglesia, como un viejo árbol que ama la primavera, mira a los jóvenes con confianza y los ama. San Juan Pablo II los llamó «la esperanza del mundo y de la Iglesia», y el Papa Francisco, con su cercanía, nos recuerda: «Ustedes son el ahora de Dios».
La humanidad necesita imperiosamente el testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a nadar contracorriente y a proclamar con fuerza su fe en Dios.

Un corazón generoso y un celo apostólico inesperado
Cuando tenemos la oportunidad de trabajar de cerca con los jóvenes, nos impresionamos y maravillamos con su capacidad de amar y la profundidad de sus almas.
En cada «Encuentro con Cristo» que tengo con el equipo de jóvenes que acompaño, soy testigo de la delicadeza de sus almas, de su profunda relación con Dios y de un amor palpable por la Iglesia y el Santo Padre. Es esta convicción del amor de Dios la que los impulsa a idear y desarrollar nuevos apostolados, con un celo profundísimo por las almas.
El futuro de la Iglesia y del mundo está en manos de esta gente maravillosa que, como el apóstol amado, comparte no solo el amor a Dios, sino también su juventud.
Nuestra responsabilidad: caminar juntos
Como nos recordó el Papa Francisco, nuestra misión no es solo organizar eventos para jóvenes, sino caminar con ellos, escucharlos y acompañarlos. Es crucial estar siempre presentes, dejándonos contagiar por su entusiasmo, su entrega generosa y su amor. El Papa León XIV, en uno de sus primeros Ángelus, les decía a los jóvenes: «No tengáis miedo, aceptad la invitación de la Iglesia y de Cristo Señor».
Hemos partido de una preocupación común sobre la juventud actual, esa visión pesimista que ha persistido a lo largo de los siglos. Sin embargo, hemos visto cómo la sabiduría de las Escrituras y el corazón de la Iglesia nos invitan a una perspectiva radicalmente diferente: la juventud es un tesoro de fe y esperanza, una etapa de búsqueda y de encuentro con Dios.
Ver a tantos jóvenes entregarse a las misiones, asumir diversos desafíos apostólicos, ofrecer generosamente su tiempo como colaboradores de un año o responder con entrega total al llamado de Dios al sacerdocio o a la vida consagrada es una fuente inagotable de admiración.
Por lo tanto, nuestra responsabilidad como miembros del Regnum Christi es clara: acompañarlos, confiar en su capacidad y dejarlos actuar.
Como también nos recordó el Papa Francisco: «Ser joven no es tener una determinada edad, es tener un corazón con capacidad de amar».
¡Confiemos en la juventud, que es el ahora de Dios!


