En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Deseo con todo mi corazón dedicarme en este momento únicamente a ti, Jesús mío. Enséñame a orar como Tú orabas a tu Padre. Muéstrame tu rostro, quiero conocerte. Mi anhelo más grande es experimentar tu amor y hoy deseo reconocerlo en la contemplación de este Evangelio. Gracias por llamarme a estar contigo. Quiero disfrutar de estos instantes como se está con un Amigo y aprender de ti como mi Maestro. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 15, 9-11
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Como el Padre te ama, así me amas Tú a mí. ¿Cómo te amaba el Padre, Dios mío? Quisiera contemplarlo en tu vida, mi Jesús. Tantas mañanas en oración pasabas junto a Él, nuestro Padre Dios. Tantas veladas, cuando la tarde ya había caído, en diálogo con Él. En instantes de alegría y durante momentos de profunda tristeza, tu consuelo y tu amparo siempre era el Padre.
Cuando te llenaste de gozo porque el Padre hubo revelado los secretos de tu Reino a la gente sencilla, tus discípulos. Cuando tu amigo Lázaro había muerto te dirigiste al Padre con plena confianza, dándole gracias por siempre escucharte, y con la plena seguridad de que habría de escuchar tu plegaria en aquel instante. Así también, mientras llorabas y sudabas sangre en el huerto de Getsemaní, presa del miedo tan humano durante la noche precedente a tu flagelación sangrienta, a la tortura del escarnio y la ingratitud -y ante la crucifixión en el Calvario. Nunca tuviste otro consuelo, otra fortaleza, que la del Padre que te amaba.
Y Él te llamaría en varias ocasiones mi Hijo amado, en quien Él hallaba su gozo. Y cuando te transfiguraste en el monte Tabor, los discípulos escucharon la voz amorosa del Padre, indicándote a ti como a quien habríamos de escuchar. Un Padre lleno de amor por su Hijo, un Padre que te acompañó en la encarnación, un Padre que estuvo a tu lado en el desierto, que te consoló con su silencio en la cruz y que lloró por tu crucifixión. Un amor misterioso, pleno, perfecto… y así me amas Tú… Ahora me detendré unos instantes para reflexionar cuánto me has amado, Jesús…
Hoy quiero permanecer y vivir, Señor Jesús, bajo tu mirada de amor perfecto y misericordioso por mí. Tengo la confianza de encontrarme en tus manos. Y, reconociendo mi pequeñez, te pido poder conocer, contemplar y anunciar cada vez mejor el misterio de este amor. Así sea.
«Un cristiano es aquel que “tiene” el Espíritu Santo y se deja guiar por él: permanecer en Dios y Dios permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Estar atento: y aquí viene el problema. Estén atentos, no se fíen de cualquier espíritu, más bien pongan a prueba a los espíritus para examinar si vienen verdaderamente de Dios. Esta es la regla cotidiana de vida que nos enseña Juan».
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de enero de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me propongo hacer una obra de caridad a una persona a la que me cuesta dirigirme. Quiero imitarte, Señor Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.