P. Rodrigo Serrano Spoerer, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, en estos días de preparación para la fiesta de Pentecostés te pido que te hagas presente en mi vida y envíes tu rayo de luz a mi mente, mi corazón y mis labios. Derrama sobre mí tus siete dones; Tú, dedo de la diestra del Padre, modela mi vida según Su voluntad; Tú, fiel promesa del Padre, inspira mis palabras, pensamientos y afectos durante esta oración para que sean orientados a tu gloria.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 17, 20-26
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: “Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, has rezado por tu Iglesia, por tus apóstoles y hoy rezas por mí. Sí, yo me encuentro entre aquellos que han creído por la predicación de tus discípulos. Gracias Jesús por el don de la fe, un don que recibí gratuitamente de ti a través de mis seres queridos. Nadie se da la fe a sí mismo, ésta llega siempre a través de la predicación, del ejemplo y del compromiso cristiano de tantos que han venido antes de mí. ¿Y si no hubiese ya personas dispuestas a trasmitir la fe recibida? Jesús, haz que resuene en mi corazón esa pregunta que hacías al profeta Isaías: ¿A quién enviaré?, ¿y quién irá de parte nuestra?; y dame el valor de responderte como él y tantos otros a lo largo de la historia de la salvación lo han hecho: «Heme aquí: envíame» (cf. Is 6,8).
¿Y qué pides a tu Padre para mí? Nada menos que participar de esa gloria que compartes con Él. Participar de tu gloria, qué misterio más profundo. Dios que quiere compartir con su creatura lo que le es más íntimo, esa unidad de amor. Jesús quiere para mí un lugar junto a Él. Tan grande es el amor que tienes por mí que quieres para tu amigo lo mismo que el Padre ha reservado para ti. Ahora puedo entender mejor lo vana que es la gloria de este mundo y los primeros puestos que me ofrece. ¿Qué es eso comparado con la Gloria de Dios y un lugar en su Reino junto a María, los ángeles, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y todos los santos?
Jesús, que este deseo de compartir tu Gloria inspire mi actuar en este mundo, mis elecciones de cada día, y así poder ser testimonio de tu amor. Tu estás conmigo, que tu presencia me lleve, como a san Pablo, ha sentir ese impulso misionero que no me deje inquieto ante la falta de fe, esperanza y caridad de tantas personas que conozco: ¿Cómo, pues invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quién les predique? (Rm 10,14).
«Pero la fuerza de Dios actúa entrando en medio del mundo, en el cual viven los discípulos. Y lo ha de hacer de tal manera que permita al mundo “reconocerla”, y llegar así a la fe. Lo que no proviene del mundo puede y debe ser absolutamente algo que sea eficaz en y para el mundo, y que éste lo pueda percibir. La oración de Jesús por la unidad apunta precisamente a eso: que a través de la unidad de los discípulos se haga visible a los hombres la verdad de su misión. La unidad ha de aparecer, ser reconocible, y reconocible precisamente como algo que no existe en ninguna otra parte en el mundo; como algo inexplicable desde las fuerzas propias de la humanidad y que, por tanto, deja ver la acción de una fuerza diferente. Jesús mismo queda legitimado mediante la unidad humanamente inexplicable de sus discípulos a lo largo de todos los tiempos. Se hace patente que Él es realmente el “Hijo”. Dios se hace reconocible así como creador de una unidad que supera la tendencia del mundo a la disgregación.
El Señor ha pedido por esto: por una unidad que sólo es posible a partir de Dios y a través de Cristo, pero una unidad que aparece de una manera tan concreta que deja ver la presencia y la acción de la fuerza de Dios. Por eso, los esfuerzos por una unidad visible de los discípulos de Cristo siguen siendo una tarea urgente para los cristianos de todo tiempo y lugar. No basta la unidad invisible de la “comunidad”». (S.S. Benedicto XVI – Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, vol. II).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Dedica un tiempo a agradecer a Dios por el don de la fe y por aquellos que te han transmitido la fe: parientes, catequistas, sacerdotes y demás personas consagradas. Pide por sus necesidades y pide a Dios que te conserve fiel a este don para poder darle Gloria y tener un lugar en su Reino ya desde ahora.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
¿Cuántas veces te has detenido a pensar en lo que significa la Gloria de Dios en tu vida de cada día? ¿Cómo puede ser el día de hoy una manifestación de ella? Tal vez un gesto de perdón, una acción generosa o de acogida que Dios te está pidiendo que aún no te animas a dar.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.