H. Carlos Morado, LC.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame, Señor, un corazón confiado que sin temor te pida lo que más anhela.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según Mateo 7, 7-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca se le abre.
¿Hay acaso entre ustedes alguno que le dé una piedra a su hijo, si éste le pide pan? Y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuanto mayor razón el Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Se te dará. Encontrarás. Se te abrirán puertas. ¿No te suenan familiar todas estas afirmaciones? ¿Qué relación tienen estas tres acciones? (…) Exacto! Que todas ellas son propias de un hijo y de una hija en relación con sus padres, pues todo lo reciben de ellos.
Cuando uno es niño todo se le da, todo lo encuentra (menos las tareas), y las puertas de casa y del amor familiar siempre están abiertas. Pero conseguir esto no se da en automático, muchas veces hay que pedir, hay que buscar, hay que tocar puertas… y aquí entra la gran duda y la tentación de pensar, con un pelín de miedo y desconfianza, ¿y si no me lo dan? ¿Y si me regañan? ¿Y si los molesto? ¿Y si…? ¿Y si…? ¿Y si…?
Son estas pequeñas barreras las que te mantienen al margen de acercarte total y confiadamente a Dios. Al Dios que es Padre. Al Dios que te ama. Al Dios que quiere lo mejor para ti y que no se resiste a darte lo que sea que te vaya a hacer feliz, que te vaya a hacer sonreír.
Quizá pienses «O sea sí… pero no…» Sé que Dios me ama y sé que Dios es mi Padre, pero sé que no me dará lo que le pido porque lo que quiero no es suficientemente espiritual, pero quizá sea este modo de pensar lo que te mantiene al margen de confiar y de pedir, pero pedir confiando.
Si Dios es Padre, dime, ¿qué no hará por sus hijos? Él quiere lo mejor para sus hijos, Él quiere lo mejor para ti. Y obviamente no siempre tal como se lo pides, pero no por el hecho de que no sea «suficientemente espiritual» sino más bien, uno, o porque no pides, o dos, porque no te hará bien.
Tanto tus grandes deseos como tus pequeños deseos son importantes para Él, inclusive algunos de ellos, Él mismo los sembró en tu corazón. Bien lo decía san Agustín «Dios te hace desear aquello que Él te quiere dar» pero ojo…tus deseos serán de Dios en tanto cuanto te hagan plenamente libre y feliz, y sobre todo te hagan amar más y sentir su paz.
¿Qué deseos, qué necesidades, que ilusiones encomendarás a Dios hoy, desde el tabernáculo de tu corazón?
Dios quiere lo mejor para ti, créelo. Él quiere y busca cosas mejores de las que tú pudieras imaginar o pedir, todo lo mejor lo quiere para ti, por eso, piensa bien de Dios.
«Jesús va siempre al Padre y en este paso es muy fuerte porque es como si abriera las puertas de la omnipotencia de la oración porque dice: “Yo estoy con el Padre: ustedes pidan y yo lo haré todo. Pero porque el Padre lo hará conmigo”. Esta confianza en el Padre, confianza en el Padre que es capaz de hacer todo. Este coraje para rezar, porque rezar requiere coraje, requiere el mismo coraje, la misma franqueza que predicar: la misma.»
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de mayo de 2020, en santa Marta)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Agradecer a Dios tres veces durante el día por un acontecimiento que me hizo confiar más en Él o que me provocó la necesidad de acudir a Él.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.