Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote
H. Pedro Cadena, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, aquí estoy ante Ti. Tú conoces mi corazón. Tú ves mis deseos más profundos. Te alabo porque eres bueno y quieres saciar esos deseos que Tú mismo pusiste en mi corazón. Jesús, Tú conoces mi situación. Confío en Ti, aunque no todo esté claro. Confío en ti, aunque a veces no lo sienta. María, ven y acompáñame en este momento de oración.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 22, 14-20
En aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Dime, ¿por qué es esta noche diferente a todas las demás noches?» Con estas palabras, la cena de Pascua, el niño más pequeño de cada familia judía pedía al jefe de la familia que le explicara el sentido de la fiesta. Como respuesta, el jefe de la familia contaba la historia del pueblo de Israel, que fue liberado por Dios de la esclavitud en Egipto por la mano del Señor.
Hoy yo también puedo preguntar a Dios: ¿Por qué es este día diferente a todos los demás días? Una de las posibles respuestas de Dios está en el Evangelio de hoy: Porque Jesús tomó el pan, dio gracias… Y se quedó conmigo para siempre… Y se entregó para redimirme de mis pecados… Y no dudó en morir por mí…
¿Qué respuesta escucho por parte de Dios? ¿Qué siento al escucharla o al no escucharla? De todo esto y más puedo dialogar con el Señor.
«A Dios podemos pedirle todo, todo, explicarle todo, contarle todo. No importa si en nuestra relación con Dios nos sentimos en defecto: no somos buenos amigos, no somos hijos agradecidos, no somos cónyuges fieles. Él sigue amándonos. Es lo que Jesús demuestra definitivamente en la última cena, cuando dice: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”. En ese gesto Jesús anticipa en el Cenáculo el misterio de la Cruz. Dios es un aliado fiel: si los hombres dejan de amar, Él sigue amando, aunque el amor lo lleve al Calvario. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos. Y a veces llama al corazón, pero no es invádete: espera. La paciencia de Dios con nosotros es la paciencia de un papá, de uno que nos quiere mucho. Yo diría que es la paciencia junta de un papá y de una mamá. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando llama lo hace con ternura y con tanto amor.»
(Audiencia de S.S. Francisco, 13 de mayo de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Jesús, gracias por este tiempo contigo. ¿Qué ha pasado hoy en este tiempo de oración? Tal vez algo me dio paz o me dejó inquieto. Puede ser que en mí se haya despertado algún deseo o algún rechazo. Espíritu Santo, ven, ilumíname. María, ven, ayúdame a dejar que Jesús me haga un poco más como Él.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a hacer un acto de servicio oculto.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.