Vinicius Pessuti , LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Te adoro, oh, Jesús mío, hijo del Dios vivo y de María Virgen, que por mi amor diste la vida por mis pecados y del mundo entero. A ti me entrego con todo mi corazón, suplicando humildemente que te dignes imprimir en mi alma la imagen de tu Rostro adorable y la gracia de escuchar tu voz en mi vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él en la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando) Entonces Jesús dijo: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis. Una muchedumbre de Judíos se enteró de que estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Durante la Semana Santa estamos llamados a meditar de nuevo sobre los acontecimientos de los que consideramos el Domingo de Ramos. En este Evangelio vemos el gesto de la mujer que, al derramar su precioso y costoso perfume sobre los pies de Jesús y secarlos con sus propios cabellos, dio una muestra de amor, gratitud y entrega, y nos sirve de ejemplo. Con este signo, María, la hermana de Lázaro, entregó a Jesús todo lo que más apreciaba, su vida y sus bienes. E incluso bajo la falsa protesta de Judas, que hablaba de la necesidad de los pobres, Jesús supo argumentar y aceptó de buen grado el tributo de la mujer. Jesús sabía que estaba a punto de ser traicionado y que estaba viviendo sus últimos momentos aquí en la tierra y que ya se estaba despidiendo de sus amigos, por lo que quizás dijo: “pobrecito, yo te tendré siempre, pero tú no me tendrás siempre”. Jesús nos hace comprender que la vida es efímera, por lo que debemos estar atentos para percibir los signos de misericordia que Dios nos regala cuando estamos en momentos cruciales de nuestra vida y aceptar los dones y regalos que nos llegan del cielo a través de las personas que nos ofrecen algo precioso. Con María, aprendemos que nuestra vida aquí en la tierra es el momento adecuado para ofrecer todo lo que nos es querido: la fragancia de nuestra oración, de nuestra adoración, pero también nuestros actos concretos de amor y abnegación. El gesto de María puede compararse con el perdón que debemos ofrecer a quienes nos han ofendido, la reconciliación que debemos promover en nuestra familia, la comprensión que debemos tener ante los errores de nuestros hermanos, el tiempo que debemos dedicar a las causas justas.
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pedir a Jesús la gracia de estar realmente dispuesto a escuchar su voz y hacer su santa voluntad en esta Semana Santa.
Hazte algunas preguntas ante Jesús: ¿A quién te has dedicado? – ¿Te has preocupado sólo de tus propios intereses o también de la vida de otra persona? – ¿Has ofrecido el momento presente de tu vida a Dios? – ¿Te preocupas por los pobres?
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.