H. Erick Flores, L,C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
¡Jesús, ten compasión de mí! Tú bien sabes lo que necesito y que no te he sabido pedir. Aumenta mi fe. Ilumíname para poder ver lo que quieres de mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 35-43
En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el Nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.
Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En un retiro me dijeron que Jericó es el lugar más bajo, o al menos, uno de los lugares más bajo de la tierra. Me hace pensar en un Dios, quien viene como salvador. Él es quién viene a anunciar a los pobres la buena nueva; Él es enviado a proclamar la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos; viene para dar libertad a los oprimidos…
Para esto viene Jesucristo a nuestras vidas. Al igual que a un pequeño y olvidado pueblo como Jericó, viene a nosotros donde nos encontramos, aunque sea en un lugar muy bajo, perdido a causa de nuestro pecado; ese pecado que nos ciega y nos priva de la gracia de Dios. Ahora bien, ¿cuántas veces hemos escuchado que Cristo viene y cuántas otras veces nos hemos interesado para que Él nos regrese la vista?
El evangelista nos invita a vernos en aquel ciego; quien se sabe ciego significa que sabe muy bien que es pecador por las faltas de los propios pecados. Para poder reconocer nuestra debilidad y evitar nuestra tendencia hacia los bienes aparentes que vienen de la mentira de las tentaciones, es necesario una profunda humildad.
Cristo quiere pasar por nuestra vida; viene por cada uno de nosotros, quienes tenemos un gran deseo de la misericordia de Dios. Y lograremos recibir su misericordia en la medida que nos veamos pecadores.
Jesucristo se detiene, está enfrente de nosotros nos contemplamos cara a cara y de sus labios sale una gran pregunta, «¿qué quieres que haga?»
En el fondo, en la pregunta, nos dice Jesús: ¿qué crees que soy capaz de hacer por ti?
El deseo de contemplar, de maravillarse; en definitiva, el deseo de vivir en la gracia y quedar limpio del pecado. Así el hombre puede encontrarse frente a un creador, Padre misericordioso. Para nosotros esta frase tiene mucho significado considerando el sacramento de la penitencia, el sacramento de la misericordia, en donde Cristo nos pregunta: ¿Qué quieres?, ¿de qué me crees capaz de hacer por ti?
Llega el momento de reflexionar en lo más profundo de nosotros, ver nuestra debilidad por medio de nuestra ceguera de pecado. Lo que sea que encontremos, volvámoslo una ofrenda a Dios diciéndole, «Jesús ten compasión de mí, pues soy ciego ¡dame la vista!»
Cristo quiere bajar y tomarnos, levantarnos con Él, a través del camino de la cruz, hacia la resurrección. Él es quién da sentido a la existencia, al sufrimiento, inclusive, da sentido a la muerte. Es el salvador y yo soy la persona a quien salva hoy diciendo: «tu fe te ha salvado».
«La Palabra de Dios que hemos escuchado nos invita a reanudar el camino y a atrevernos a dar ese salto cualitativo y adoptar esta sabiduría del desprendimiento personal como la base para la justicia y para la vida de cada uno de nosotros: porque juntos podemos darle batalla a todas esas idolatrías que llevan a poner el centro de nuestra atención en las seguridades engañosas del poder, de la carrera y del dinero y en la búsqueda patológica de glorias humanas. Las exigencias que indica Jesús dejan de ser pesantes cuando comenzamos a gustar la alegría de la vida nueva que él mismo nos propone: la alegría que nace de saber que Él es el primero en salir a buscarnos al cruce de caminos, también cuando estábamos perdidos como aquella oveja o ese hijo pródigo. Que este humilde realismo —es un realismo, un realismo cristiano— nos impulse a asumir grandes desafíos, y os dé las ganas de hacer de vuestro bello país un lugar donde el Evangelio se haga vida, y la vida sea para mayor gloria de Dios.»
(Catequesis de S.S. Francisco, 6 de mayo de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un buen examen de conciencia y acudiré a confesarme tan pronto pueda.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.