H Edgar Maldonado, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, creo en Ti; creo que soy obra tuya. Quiero que los demás noten que soy tuyo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 4, 43-54
En aquel tiempo, Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.
Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: “Si no ven ustedes señales y prodigios, no creen”. Pero el funcionario del rey insistió: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera”. Jesús le contestó: “Vete, tu hijo ya está a sano”.
Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les pregunto a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: “Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre”. El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: ‘Tu hijo ya está sano’, y creyó con todos los de su casa.
Éste fue el segundo signo que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hiciste tu primer milagro en Caná; en este mismo lugar realizaste tu segundo signo, a pesar de que a ningún profeta se le honra en su propia patria a causa de la falta de fe de muchos. Dedicaste tus primeros signos a la familia: primero ayudaste al matrimonio en su necesidad de vino; en esta ocasión auxilias a un padre afligido por la enfermedad de su hijo. Las palabras de María todavía resuenan en Caná: hagan lo que Él les diga. El funcionario real da fe a tus palabras y se retira de tu presencia. Su fe en tu a palabra le consigue la curación que deseaba. Creyó; su fe le dio motivo de vivir con esperanza, la esperanza de regresar a casa y encontrar a su hijo sano y salvo.
San Juan nos narra en pocas líneas una conversión. Un hombre que había escuchado de un tal Jesús que había obrado algunos prodigios. El viaje de regreso a casa significa para nosotros el tiempo de nuestra conversión. Durante el viaje, las palabras de Jesús penetran con fuerza: «Vete, tu hijo ya está sano». Supo que le fue dado un gran don. Al llegar a casa y constatar la curación de su hijo, no dudó en compartir su fe con los miembros de su casa, aquellos que, de hecho, presenciaron la curación.
«Hay hombres que aparentemente no buscan a Dios, pero Jesús nos hace rezar también por ellos, porque Dios busca a estas personas más que a nadie. Jesús no vino por los sanos, sino por los enfermos, por los pecadores, es decir, por todos, porque el que piensa que está sano, en realidad no lo está. Si trabajamos por la justicia, no nos sintamos mejores que los demás: el Padre hace que su sol salga sobre los buenos y sobre los malos. ¡El Padre ama a todos! Aprendamos de Dios, que siempre es bueno con todos, a diferencia de nosotros que solo podemos ser buenos con algunos, con algunos que nos gustan.»
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de febrero de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Ensancha mi corazón para ver en ti, Jesús, el más valioso don del Padre.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a escribir los dones que Dios me ha regalado. Una vez puestos por escrito, en su presencia, le preguntaré cómo puedo servirle con los dones que me ha dado: Señor, ¿cómo puedo servirte mejor?
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.