César S. Vargas Cubides, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús hoy que iniciamos este camino de Adviento, quiero pedirte que aumentes mi fe, pues es raíz para confirmar mi adhesión a ti, para poderme acercar con humildad y decirte “basta una palabra tuya y quedaré sano”.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 5-11
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a curarlo”. Pero el centurión le replicó: “Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: ‘Ve’, y va; al otro: ‘Ven’, y viene; a mi criado: ‘Haz esto’, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
“Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. ¿Cuántas veces repetimos esta frase en la Misa? La decimos en ocasiones de manera automática, como una respuesta cualquiera, ¿pero en verdad entendemos lo que se esconde detrás de esta respuesta de fe tan grande?
El Evangelio nos muestra que, detrás de la gran fe de este centurión, se esconde una gran humildad de corazón, humildad que le permite decir con toda sinceridad lo que él es, reconocer su indignidad, pero también, reconocer que Él (Jesús) es quien puede sanar, curar y restaurar. Y el Señor no queda indiferente ante esto, pues queda maravillado y reconoce delante de las personas con las que se encontraba: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe…”.
Hay algo más en este centurión, y es que se acerca a Jesús para pedirle que sane a uno de sus criados, o sea, no pide para él, pide para otro, y ese otro no es alguien que tenga más poder o que le pueda beneficiar más adelante, pide por uno de sus criados, un hombre que está a su servicio. Esto desvela lo que hay en el corazón de este hombre, un corazón que se preocupa por el otro, pues el amor que le doy a mi prójimo es el amor que brota de lo más profundo de mí.
Hoy, como este hombre, pidamos al Señor la gracia de la humildad que nos lleva a confiar en Él y decirle conscientemente y de corazón “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para…”.
«Todos nosotros tenemos necesidad de ser curados, todos, porque todos tenemos enfermedades espirituales. Todos. Y también todos nosotros tenemos la posibilidad de curar a los demás, pero con esta actitud. Que el Señor nos dé esta gracia de curar como curaba Él: con la mansedumbre, con la humildad, con la fuerza contra el pecado, contra el diablo, y vayamos adelante en este hermoso “oficio” de curarnos entre nosotros: “Yo curo a otro, y me dejo curar por el otro”. Entre nosotros. Ésta es una comunidad cristiana». (S.S. Francisco, Homilía, 7 de febrero de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy trataré de visitar a Cristo en la Eucaristía pidiendo por una persona que sé está pasando por un mal momento.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.