Francisco Posada
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de reconocerme como parte de tu familia divina.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Ya en el principio él estaba con Dios. Todas las cosas vinieron a la existencia por él y sin él nada empezó de cuanto existe. Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron. Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios. Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracía y de verdad. Juan el Bautista dio testimonio de él, clamando: “A éste me refería cuando dije: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’ “. De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La encarnación de Jesucristo fue un evento que marcó profundamente la historia; una de las cosas que Jesús nos hizo presente con su venida fue la gracia y misterio de la paternidad divina. Jesús, siendo Hijo de Dios, nos ayudó a darnos cuenta y comprender qué significa el ser hijos de Dios. Esta revelación vino por partes de Dios. Primero el Padre se manifestó al pueblo de Israel como un Dios personal; después el Hijo se hizo hombre y habitó entre nosotros (cfr. Jn 1,14) y, por último, el Espíritu Santo se manifestó como una persona divina en la vida de la Iglesia de una manera especial.
De manera particular resalta la revelación de Dios como Padre e Hijo, en especial en este tiempo de navidad, porque este periodo nos interpela a reflexionar en el misterio de la familia divina y humana de Dios. El misterio de Dios como Padre al que podemos acudir cuando tenemos necesidad, nos ayuda a comprender nuestro dignidad y lugar en el planeta.
El reconocer nuestra condición de hijos amados de Dios es muy importante porque nos ayuda a compartir su amor con todos los que no lo conocen o lo ignoran. Experimentar el amor paternal de Dios nos empuja a hablar de nuestra familia divina con nuestros hermanos, los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Acojamos esta invitación que nuestro Señor nos hace, en este tiempo especial, para que la gente reconozca a Dios que es amor. Te Deum laudamus (A ti, oh Dios, te alabamos).
«No nos olvidemos en este día de agradecer a Dios por el año transcurrido y por cada bien recibido. Y nos hará bien, a cada uno de nosotros, tomar un poco de tiempo para pensar cuántas cosas buenas he recibido del Señor este año y agradecer. Y si hay pruebas, dificultades, agradecer también porque nos ha ayudado a superar esos momentos. Hoy es un día de agradecimiento».
(Angelus de S.S. Francisco, 31 de diciembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer una visita al Santísimo para agradecerle a Dios por ser mi padre.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.