H. José Romero, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios, ayúdame a poder escucharte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, y les dijo:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Si eres como yo, seguramente amaras un buen pedazo de pastel, especialmente si es de chocolate. Pero lo que hace a un pastel… ¡un pastel! Es la armonía entre sus ingredientes. Un pastel no puede ser pastel, si no tiene harina, o si no tiene huevos; si le falta un ingrediente al pastel, éste no tendrá buen sabor. Pero tampoco puede ser un buen pastel si no tiene el balance adecuado, es decir, si no tiene la cantidad justa de mantequilla o harina. El cristiano es como el dulce pastel que se cocina en el horno a 180 °C; y lo que hace a un cristiano, un cristiano, es exactamente lo mismo que al pastel lo hace pastel, la armonía entre sus ingredientes.
Hoy, nuestro Señor nos está regalando la mejor receta para ser cristianos. Una a una, las bienaventuranzas, son como los huevos, la mantequilla o el azúcar del pastel. Las bienaventuranzas dan la consistencia y la explosión de sabor al cristiano; las bienaventuranzas nos disponen con convicciones a vivir un estilo de vida que refleje nuestro deseo, nuestro mayor anhelo.
Pero, así como la harina es el corazón del pastel, el corazón del cristiano será el deseo de estar con Dios. Así como con la harina podemos hacer muchos tipos de postres completamente diversos, una persona puede desear muchas cosas. Pero sea lo que deseemos hacer con nuestra harina, siempre será una decisión propia. Dios no nos obliga a cómo utilizar nuestra harina. Las bienaventuranzas no son reglas impuestas, sino oportunidades para hacer un buen pastel, oportunidades para desear estar con Dios.
Pero para que se cocine bien el pastel, es necesaria la levadura que lo ayuda a hacerse esponjoso. El cristiano necesita de la levadura, necesita de la gracia de Dios para poder realizar las bienaventuranzas, éstas no son un fruto del hacer del hombre sino de la unión de la gracia de Dios con nuestro deseo de estar con Él.
Pero como sabemos, todo pastel necesita estar cocinado. Todo cristiano es calentado con el amor de Dios, un amor que hace que se mezclen todos los ingredientes, un horno que nos termina de hacer cristianos. Las bienaventuranzas se fundamentan en el amor que Dios nos tiene, un amor que nos desea a su lado.
Utilicemos la harina y deseemos estar con Él. Agreguemos huevos, mantequilla y azúcar y reflejemos nuestros deseos. Pidamos la levadura y dejémonos amar por el calor del horno de Dios y, así, seremos un buen pastel, seremos buenos cristianos.
«Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo —que tantas veces son vendedores de muerte—, a los profesionales de la ilusión. No hay que seguirlos, porque son incapaces de darnos esperanza. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una visión más penetrante de la realidad, a curarnos de la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia. Con su palabra paradójica nos sacude y nos hace reconocer lo que realmente nos enriquece, nos satisface, nos da alegría y dignidad. En resumen, lo que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas.»
(Ángelus, SS Francisco, 17 de febrero de 2019)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Revisar como está mi deseo de estar con Dios, revisar qué tan dispuesto estoy de vivir las bienaventuranzas.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén