H. Álvaro García, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús hombre, quiero salir al encuentro de los demás como Tú saliste a mi encuentro. Pero antes, permíteme contemplar con paz los misterios de tu Evangelio que me dispongo a meditar.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 21-28
En aquel tiempo, llegó Jesús a Cafarnaúm y el sábado siguiente fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús le ordenó: “¡Cállate y sal de él!” El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”. Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Jesús enseñaba con autoridad, no como los escribas.» Jesús atrae las masas, todos le escuchan, los fariseos le envidian y critican. La gente está pendiente de lo que sale de su boca, pues Jesús no dice frases de libro ni repite sabios consejos de los mayores. Jesús habla con conciencia, ¡Él es el cumplimiento mismo de la Escritura, toda la Biblia hablaba de Él! ¿Qué necesidad tenía de estudiar? Sus palabras salían de su corazón, la misma fuente que había inspirado a los profetas de los textos antiguos. Y la gente se daba cuenta de esto: de que Jesús no era un charlatán, que Jesús hablaba con autoridad, firme, con el corazón.
Los judíos se reúnen el sábado para orar en la sinagoga. Ese es su día de descanso. Jesús curó a un endemoniado en la sinagoga el sábado. ¿No me curará a mí, un pecador en mi Iglesia el domingo cuando nos reunimos todos a rezar? ¿Cuánto tiempo me paso yo delante de Jesús para que me cure? ¿Cuánto aprovecho los medios que tengo para acercarme a Jesús, para encontrarme con Él? ¿Me doy cuenta de que mi formación consiste en ponerme a disposición de Jesús para que Él me forme con su palabra y saque mis demonios de mi interior?
Vayamos al templo, dejemos que el Señor nos enamore con su autoridad, que cautive nuestros sentidos. Y cuando el demonio que llevamos dentro empiece a gritar de dolor «¿qué quieres de mí, Señor? ¿Has venido a acabar con mi vida?,» dejemos que Él lo expulse: «Cállate y sal de él.» Que las palabras dulces de Jesús callen nuestro espíritu de queja y de querer guardar nuestra vida. Y que nuestra boca sea instrumento para la evangelización.
«Todos se quedaron maravillados» y «su fama que se extendió por Galilea.» Lo que Jesús ha hecho con nosotros debe servir para la edificación de nuestros hermanos más próximos. Salgamos a compartir sus misericordias también con los lejanos.
«A cada uno. ¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos? Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, te invita a caminar con Él tu ciudad. Te invita a que seas discípulo misionero, y así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor está contigo!»
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Examinaré qué de bueno está obrando Dios en mi alma, le agradeceré con una oración y lo compartiré.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.