H. Hiram Galán, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, otra vez yo. Vengo buscando tu paz, esa paz que sólo Tú me puedes dar. Mientras me encuentro inmerso en mis ocupaciones, veo como el ritmo acelerado de la sociedad, me consume y me hace olvidarme de ti. Ayúdame a confiar en ti y reposar en la paz de tu amor aunque sea sólo por un momento.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 1-10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús, pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Toda persona que busca hacer oración, es porque, en algún momento de su vida, Jesús ha cruzado su camino. Es este momento en el que Jesús ha dicho en nuestro corazón «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». Sí, porque una vez que el Señor llega a nuestra vida es imposible permanecer indiferentes. Por ello, es importante recordar este momento para que nuestra vida cristiana cobre un verdadero sentido.
El papa Francisco, recomienda volver a nuestra Galilea, es decir donde empezó todo. No ser unos desmemoriados, nos repite continuamente. Y todo, porque recordar es volver a vivir. Zaqueo toda su vida habrá recordado ese primer encuentro con el Señor, ese momento en el que la salvación llegó a su vida. Sobre todo en los momentos difíciles, donde le costaba más su seguimiento de Cristo.
Ayúdame, Señor, a recordar ese momento. Ese momento en el que tu salvación llegó a mi vida. Sé que soy débil, y que a veces el respeto humano y la cobardía me impiden ser coherente, pero Tú sabes del barro que estoy hecho, por eso, renuévame y fortaléceme en los momentos de prueba para que, con tu gracia, sepa responder con amor y generosidad a lo que me pides.
«Sólo el encuentro con Jesús da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves. La segunda expresión es “¡levántate!”, como Jesús había dicho a tantos enfermos, llevándolos de la mano y curándolos. Los suyos no hacen más que repetir las palabras alentadoras y liberadoras de Jesús, guiando hacia él directamente, sin sermones. Los discípulos de Jesús están llamados a esto, también hoy, especialmente hoy: a poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva. Cuando el grito de la humanidad, como el de Bartimeo, se repite aún más fuerte, no hay otra respuesta que hacer nuestras las palabras de Jesús y sobre todo imitar su corazón. Las situaciones de miseria y de conflicto son para Dios ocasiones de misericordia. Hoy es tiempo de misericordia».
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de octubre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Trataré de responder con generosidad, como lo hizo Zaqueo, a la llegada de Jesús a mi corazón, eliminando de mi vida aquello que hoy me impide estar en amistad con Él.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.