Luis Alejandro Huesca Cantú, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, sólo en ti se aquieta mi alma. Sólo en ti, mi alma encuentra descanso. Sólo en ti, encuentro la paz. ¿A quién iré en las dificultades? Sólo en ti se aquieta mi alma.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 23-28
Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?”. Él les respondió: “¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Y añadió: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Estamos en la segunda semana del tiempo ordinario y hemos estado escuchando en el Evangelio diario la narración de San Marcos. Marcos era un discípulo del apóstol Pedro y se cree que muy probablemente escribió este Evangelio para los cristianos que vivían en la ciudad de Roma, la capital del imperio.
¿Qué habrían pensado aquellos primeros cristianos de Roma al escuchar este pasaje del Evangelio? Tanto para los romanos como para los judíos la observancia y el respeto de la ley era muy importante. Pero podían caer en un peligro: seguir la ley por la ley sin interiorizar su sentido.
Cristo viene a recordarnos también a nosotros el sentido de la ley, representada por el sábado: «El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado» (Mc 2, 27-28).
Las leyes son necesarias. Las leyes son como aquellas líneas laterales de las avenidas que nos indican los límites, pero que también aclaran el camino. El fin de ese camino no es la línea, sino el destino al que llevan. Del mismo modo, el destino de nuestra vida es Cristo y los 10 mandamientos son esas líneas que marcan los límites del camino de nuestra vida. San Ignacio de Loyola tenía esto muy claro. En su libro de los Ejercicios Espirituales nos dice claramente el destino de nuestra vida: «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto, salvar su alma…» (EE 23).
Ya sabemos el fin de nuestra vida: dar gloria a Dios. Y haciendo esto llegaremos al cielo. A esto es a lo que nos invita Jesús en el Evangelio. Él te dice: “Yo soy el destino de tu vida, haz todo para darme gloria y salvarás tu alma”.
«Y en el día de hoy encontramos a muchos cristianos sin Cristo, sin Jesús. Por ejemplo, quienes tienen la enfermedad de los fariseos y son cristianos que ponen su fe y su religiosidad, su cristiandad, en muchos mandamientos: ¡Ah! Debo hacer esto, debo hacer lo otro. Cristianos de actitudes: o sea, que hacen cosas porque se tienen que hacer, pero en realidad no saben por qué lo hacen. Pero ¿Jesús dónde está?: Un mandamiento es válido si viene de Jesús. Cristianos sin Cristo hay muchos, como los que buscan sólo devociones, muchas devociones, pero Jesús no está. ¡Y entonces te falta algo, hermano! Te falta Jesús. Si tus devociones te llevan a Jesús, entonces bien. Pero si te quedas ahí, entonces algo no marcha». (S.S. Francisco, Homilía del 7 de septiembre de 2013).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer todo solamente para dar gloria a Dios, solamente para alabarlo a Él. Hacer las cosas grandes y pequeñas sabiendo que Él me ve y que se alegra porque soy su hijo/a.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.