Presentación del Señor
H. Francisco J. Posada, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, te pido con todo mi corazón el don de tu fidelidad y perseverancia porque sé que solo no puedo. Ayúdame a reconocer el día de tu llegada, que me dé cuenta por las personas que pones a mi alrededor. Dame la gracia de crecer en sabiduría como tu hijo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Qué alegría es ver a gente consagrada a Dios y sacerdotes que han entregado su vida a Dios por muchos años. Me he encontrado con sacerdotes que celebran 50 años de sacerdocio y para un joven como yo es un gran desafío el pensar que algo puede durar tanto tiempo. De verdad que es un pedazo de cielo ver a estos hermanos mayores que han vivido para Dios la mayor parte de su vida, en fidelidad y perseverancia. Claramente no han llegado al punto en el que estén sin dificultades, porque la vida no es un valle de rosas, sino que nos topamos con espinas más de lo que nos imaginamos. La esperanza y confianza en Dios juegan un rol muy importante porque sin estas virtudes los momentos de crisis no se superarían.
Los dos ancianos en la fe que nos presenta el Evangelio reflejan esta actitud de confianza que no se deja vencer por las montañas que Dios parece ponerles. A Simeón le prometió ver al salvador, pero no sabía cuándo, tenía que esperar. También se puede resaltar su talento para escuchar al Espíritu Santo que ese día le mostró al que esperaba su corazón. Ana era una mujer que no se apartaba del templo, estaba consagrada a las cosas de Dios y por eso el Señor le concedió la gracia de ver al salvador. Su experiencia como esposa y madre le ayudó cuando ya se encontraba sirviendo al Señor en el templo. Creo que su testimonio de vida muestra como toda mujer, consagrada o no, está llamada por el hecho de ser mujer a ser madre y esposa, cada una en las circunstancias a las que Dios le llama.
«La profecía de los ancianos se cumple cuando la luz del Evangelio entra plenamente en sus vidas; cuando, como Simeón y Ana, toman a Jesús en sus brazos y anuncian la revolución de la ternura, la Buena Nueva de Aquel que vino al mundo para traer la luz del Padre. Por eso os pido que no os canséis de proclamar el Evangelio a los abuelos y a los ancianos. Id a ellos con una sonrisa en vuestro rostro y el Evangelio en vuestras manos. Salid a las calles de vuestras parroquias y buscad a los ancianos que viven solos. La vejez no es una enfermedad, es un privilegio. La soledad puede ser una enfermedad, pero con caridad, cercanía y consuelo espiritual podemos curarla.»
(Discurso S.S. Francisco, 31 de enero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Compartir de mi tiempo con una persona ya mayor y rezar por las vocaciones jóvenes a la vida consagrada.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.