H. Francisco Posada, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, llena mi alma de la alegría de María; quiero sentir tu presencia en mi vida y tu mano amorosa que nunca me deja caer en el valle de la oscuridad. Te pido la gracia de ver mi vida con tus ojos para maravillarme de tu gran obra en ella. Dame la gracia de aprender a ser como María para que un día me digas: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 46-56
En aquel tiempo, dijo María: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que le temen.
Él hace sentir el poder de su brazo: dispersa a los de corazón altanero, destrona a los potentados y exalta a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide sin nada.
Acordándose de su misericordia, viene en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre”.
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
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Una persona humilde llama la atención porque hace cosas, ya sea la más grande del mundo o un pequeño detalle, y no busca el crédito ni el reconocimiento, a diferencia de la mayoría de nosotros que, por lo general, proclamamos que las hicimos y casi pedimos que nos las aplaudan. Ser humilde es reconocer que yo no puedo todo y que lo que hago no es para que me aplaudan y me den premios sino que todo mi actuar es para enriquecimiento personal y de los demás. Esta actitud la podemos ver en María y eso le llamó la atención a Dios quien, mirando al mundo, no echó suertes para ver a quién le tocaba ser su madre, sino que vio y amó, pero claramente no a cualquiera. Dios tiene sus gustos también, como una vez escuché de mujeres consagradas que Cristo, se reserva las mejores para Él.
Dios eligió a María y le pidió si le podía «tejer» su cuerpo con su propia carne como se representa en algunas pinturas antiguas de Bizancio que muestran a la virgen con un hilo dando a entender que ella, como madre, le teje a Jesús su humanidad.
Pidámosle a María que nos conceda la gracia de tejer su imagen en nuestra alma, una imagen de sencillez y humildad fundadas en el evangelio, la palabra viva de Dios. Y quién mejor que ella para grabar la imagen de Jesucristo en nuestra vida para que todo el que nos vea pueda verlo a Él.
«¿Qué nos aconseja nuestra Madre? Hoy en el Evangelio lo primero que dice es “engrandece mi alma al Señor” (Lc 1, 46). Nosotros, acostumbrados a escuchar estas palabras, quizá ya no hagamos caso a su significado. Engrandecer literalmente significa “hacer grande”, engrandecer. María “engrandece al Señor”: no los problemas, que tampoco le faltaban en ese momento, sino al Señor. ¡Cuántas veces, en cambio, nos dejamos vencer por las dificultades y absorber por los miedos! La Virgen no, porque pone a Dios como primera grandeza de la vida. De aquí surge el Magnificat, de aquí nace la alegría: no de la ausencia de los problemas, que antes o después llegan, sino que la alegría nace de la presencia de Dios que nos ayuda, que está cerca de nosotros. Porque Dios es grande. Y, sobre todo, Dios mira a los pequeños. Nosotros somos su debilidad de amor: Dios mira y ama a los pequeños.»
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de agosto de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dar las gracias, a todas las personas a mi alrededor, por lo que hacen.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.