H. Enmanuel Toro, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, transforma este corazón de piedra en un corazón de carne; abre mi corazón para escuchar tu voz y así poder seguirte con total confianza y con total libertad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 13, 21-33. 36-38
En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?”. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.
Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.
Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
“Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Con que darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En un momento de tanta tensión en esta última cena con Jesús y sabiendo los sucesos que le esperan al Señor, entra en la escena, contempla los rostros de los discípulos. Sus corazones tienen un sentimiento de confusión interior, y vemos que Juan se recuesta en el sagrado pecho del Maestro y pregunta: «Señor, ¿quién es?». ¿Cuáles son tus sentimientos predominantes? Habla libremente con Jesús sobre la situación y tu reacción a ella.
En este pasaje evangélico hay dos traiciones de los discípulos del Señor. Judas vende a Jesus por algunas monedas y cae en la desesperación y Pedro no reconoce y niega a su Maestro, llora amargamente y busca su perdón. En tu vida ve, ¿cómo has enfrentado los fracasos? El éxito es lo que haces con tus fracasos. No te quedes en el fracaso o en el error, levántate, el Señor está allí para perdonarte, para cambiarte el corazón, para darte un corazón de carne que pueda amar con toda libertad. Y dile: Enséñame a confiar en tu amor, Señor, y a aprender de mis errores.
«Dice así: “Aquí sobre la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones”. No se trata obviamente de buscar el cambio por el cambio, o de seguir las modas, sino de tener la convicción de que el desarrollo y el crecimiento son la característica de la vida terrena y humana, mientras, desde la perspectiva del creyente, en el centro de todo está la estabilidad de Dios. Para Newman el cambio era conversión, es decir, una transformación interior. La vida cristiana, en realidad, es un camino, una peregrinación. La historia bíblica es todo un camino, marcado por inicios y nuevos comienzos.»
(Discurso de S.S. Francisco, 29 de diciembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pedir perdón al Señor por mis faltas en confesión, con arrepentimiento y amor para recibir su perdón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.