P. Rodrigo Serrano Spoerer, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Oh Dios, Tú enviaste al mundo a tu Hijo como luz y sal verdaderas, derrama tu Espíritu en mi mente, mis labios y mi corazón para que yo también pueda sembrar la semilla de la fe y de la verdad en el corazón de mis hermanos y hermanas, de modo que, renacidos a una nueva vida por medio del bautismo, lleguemos a formar parte de tu único pueblo santo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo de un celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, hoy me propones dos imágenes: la sal y la luz. Qué mal sabe la comida sin sal, pareciera que no tiene sabor, no se hace apetitosa, sabe a “comida de hospital”. Lo mismo una vida cristiana sin la sal de tu presencia: es una vida triste, apagada, de funeral, que no atrae a nadie. Si Tú me llamas a ser sal de la tierra es porque quieres que sea reflejo de tu presencia en este mundo, allí donde me toca vivir: familia, trabajo, estudios, grupo de amigos, etc. Ser apóstol es llevar siempre esa sal de la presencia de Cristo adondequiera que vaya y no sólo cuando me dedico a una actividad estrictamente “de Iglesia”.
Pero la sal no sólo da sabor, también conserva los alimentos y cierra las heridas. Si tan sólo fuese un poco más consciente de tu presencia constante en mi vida, cómo se conservaría mi vida cristiana fuerte ante las tentaciones del pecado que la corrompe. Cuántas heridas abiertas tengo que no logro cicatrizar y que bastaría la sal de tu misericordia para curarlas.
Después me pides ser luz que alumbre a los hombres. Sólo unido a ti puedo ser luz, pues Tú dijiste Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida (Jn 8,12). Aquí estoy Jesús para dejarme iluminar por ti y luego poder ser un reflejo de tu luz. Mi vida es como un espejo, sólo tengo que dirigirlo hacia ti para que pueda comenzar a iluminar. Si no lo hago, sólo será un reflejo de mi pobre persona. La luz es también calor y vida, donde hay tinieblas hay dolor y muerte…Dulce Jesús, ayúdanos a esparcir tu aroma donde quiera que vayamos. Inunda nuestras almas de tu espíritu y tu vida. Posee toda nuestra existencia hasta tal punto que toda nuestra vida solo sea una emanación de la tuya. Brilla a través de nosotros, y mora en nosotros de tal manera que todas las almas que entren en contacto con nosotros puedan sentir tu presencia en nuestra alma. Haz que nos miren y ya no nos vean a nosotros, ¡sino solamente a ti, oh Señor! (Santa Teresa de Calcuta).
«Jesús nos invita a no tener miedo de vivir en el mundo, aunque a veces haya condiciones de conflicto y pecado en él. Frente a la violencia, la injusticia, la opresión, el cristiano no puede encerrarse en sí mismo o esconderse en la seguridad de su propio recinto; la Iglesia tampoco puede encerrarse en sí misma, no puede abandonar su misión de evangelización y servicio. Jesús, en la última cena, pidió al Padre que no sacara a los discípulos del mundo, que los dejara allí en el mundo, que los protegiera del espíritu del mundo. La Iglesia se prodiga con generosidad y ternura por los pequeños y los pobres: este no es el espíritu del mundo, esta es su luz, es la sal. La Iglesia escucha el grito de los últimos y de los excluidos, porque es consciente de que es una comunidad peregrina llamada a prolongar en la historia la presencia salvadora de Jesucristo». (S.S. Francisco, Ángelus del 9 de febrero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Habla con Jesús de aquellas actividades o aspectos de tu vida a los que le falta el sabor de la santidad y pídele que te convide un poco de su sal. Cuéntale de aquellas situaciones personales o de tus conocidos donde vez que falta luz y hazte disponible para llevar allí su luz.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Lleva un poco de la sal o la luz de la caridad, de la cercanía, de la escucha, de la paciencia a quien sabes está pasando un momento de desaliento, frialdad u oscuridad en su vida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.