H. Francisco J. Posada, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, te quiero decir que me siento orgulloso de la misión que me has dado. Te pido luz en mi vida porque no siempre es fácil saber por dónde tengo que ir; dame la gracia de ser sal en mi familia y con mis amigos.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa.
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La sal no puede faltar en la cocina porque es lo que le da sabor a todos los platillos que preparamos. Si una persona fuera como la sal, siempre la invitarían a las comidas, hasta sería la invitada de honor. Jesús, al comparar a sus discípulos con la sal, les comunica cuán importantes son y qué rol juegan en el mundo. Esto nos da una gran responsabilidad porque no es cualquier cosa ser la sal y, de hecho, Él bien nos lo advierte diciendo que si nos volvemos insípidos no serviremos más y nos tirará porque ya no hay nada qué hacer. Ante esta situación me venía a la mente cómo Dios nunca deja de amarnos entonces, ¿por qué si nos volvemos insípidos nos tiraría afuera? ¿Acaso su amor no es incondicional?
Hay algunos pecados que nos llevan a un estado del que ni siquiera Dios nos puede sacar. Estos son los pecados contra el Espíritu Santo, no confiar en la misericordia de Dios y pensar que no lo necesitamos para nada. Este perder el sabor lo comparo con la negación de ser cristianos, decirle a Dios: «ya no quiero ser tu discípulo». Para entender la gravedad de esta afirmación nos podemos imaginar a un hijo diciendo a su padre que ya no quiere ser su hijo, niega el hecho y lo rechaza. Así es como nos convertimos en sal sin sabor que no sirve para lo que estaba hecha.
La otra imagen de la que habla el Señor es la luz. Un bien tan preciado por el cual podemos ver en las tinieblas. Hoy el mundo tiene muchas tinieblas espirituales y Dios nos llama a ser esas luces que iluminen el camino de las personas que les puedan guiar para llegar a su destino que Dios les tiene preparado.
Ser sal y luz son dos formas de cómo nos podemos hacer presentes en el mundo como cristianos. Dios nos llama a hacerlo presente en las realidades en las que vivimos. ¿Cómo te llama Dios a que lo hagas presente hoy?
«Pero también debemos tener cuidado de no leer esta bienaventuranza en clave victimista, auto- conmiserativa. En efecto, el desprecio de los hombres no siempre es sinónimo de persecución: precisamente poco después Jesús dice que los cristianos son la «sal de la tierra», y advierte contra la “pérdida del sabor”, de lo contrario la sal “no sirve para otra cosa que para ser tirada y pisoteada por los hombres”. Por lo tanto, también hay un desprecio que es culpa nuestra cuando perdemos el sabor de Cristo y el Evangelio. Debemos ser fieles al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es el que lleva a ser de Cristo y no del mundo.» (Audiencia de S.S. Francisco, 29 de abril de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Darle las gracias a alguien que me haga un servicio, preguntarle su nombre y rezar por él o ella.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.