H. Jorge Alberto Leaños García, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ayúdame, Señor, a nunca olvidar lo mucho que me amas, y que así siempre tenga presente lo que has hecho por mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 17-19
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o a los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos.”
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Todo hombre tiene leyes y normas; vivimos con ellas, sin poderlas ignorar. Indican aquello que debemos cumplir y marcan un límite que no es conveniente sobrepasar. Ésta es nuestra realidad actual. Pero las leyes y normas también han existido en el pasado, e incluso alguna de ellas vienen escritas en el antiguo testamente.
Detengámonos en el antiguo testamento. Parece que estas leyes y normas tienden a perder su sentido. Cristo vio que estas reglas se concebían como algo impuesto que limitaba nuestra libertad. Es natural en nosotros sentir un límite cuando se nos dice que esto es pecado, que aquello otro que tanto me gusta también es pecado. Parece que las leyes y normas no tienen más efecto que limitar nuestra libertad.
¿Cuál es el verdadero sentido de toda ley y norma? Son diez los mandamientos, siete los pecados capitales, son incontables los pecados veniales que podemos cometer. ¿Cuál es el fin de todo esto? Es aquí donde las enseñanzas de Cristo vienen a dar plenitud.
Recordemos el mandamiento más preciado que nos dejó Cristo. El mandamiento del amor. Cuando Cristo nos manda… ordena… exige… que nos amemos no es propiamente una imposición que viene de fuera. Lo que sucede es que señala una necesidad. Esta necesidad está en lo más profundo de nosotros, de modo que cuando Cristo nos dice «AMA», despierta una sed natural. Nosotros nacemos para amar, nacemos para donarnos. Nosotros mismo hemos sido creados para entregarnos sin reservas. El mandamiento del amor no es una imposición, sino la razón para la cual vivimos.
Ahora leamos bajo esta clave los 10 mandamiento y descubriremos que más que imponernos una serie de reglas, despiertan la necesidad natural de vivir conforme a los diez mandamientos. De la misma forma, el pecado ya no se ve como un «no debo hacer esto» o «no puedo hacer aquello». El pecado simplemente es aquello que no nos permite amar. El pecado es un ahogarse en el amor propio.
Amar es un arte, es difícil, es un reto. Sin embargo, hemos nacido en el amor, para amar y ser amados. Es nuestra necesidad vital. «El amor todo lo excusa… El amor nunca falla… Tres cosas hay que permanecen: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más grande de las tres es el amor.» ( I Corintios, 13)
«Jesús vincula el amor a Él con el cumplimiento de los mandamientos, y en esto insiste en su discurso de despedida: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (v. 15); «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama» (v. 21). Jesús nos pide que le amemos, pero explica: este amor no se agota en un deseo de Él, o en un sentimiento, no, requiere la disponibilidad a seguir su camino, es decir, la voluntad del Padre. Y esta se resume en el mandamiento del amor mutuo —el primer amor [en la actuación]— dado por el mismo Jesús: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Juan 13, 34). No dijo: “Amadme como os he amado”, sino “amaos recíprocamente como yo os he amado”. Nos ama sin pedirnos nada a cambio. El amor de Jesús es un amor gratuito, nunca nos pide nada a cambio. Y quiere que este amor gratuito suyo se convierta en la forma concreta de vida entre nosotros: esta es su voluntad.»
(Regina Caeli, SS Francisco, 17 de mayo de 2020)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hablaré con alguien sobre qué entiende por amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.