Abraham Cortés Ceja, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme la gracia de poder palpar con los ojos de la fe, la grandeza y profundidad que se esconde en la Eucaristía. Que, al contemplarte ahí, ocultamente, experimente la fuerza de tu amor, la alegría de tu esperanza y la plenitud de la fe.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?”. Él les preguntó: “¿Qué cosa?”. Ellos les respondieron: “Lo de Jesús el Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”. Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él. Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”. Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hasta el día de hoy, todas las generaciones que a lo largo de la historia nos han precedido dentro de la Iglesia, somos reunidos ante un misterio profundo e inagotable en el que se encuentra resumida nuestra historia de salvación y redención, nuestra fe. Historia de amor que nos ha liberado de la esclavitud y oscuridad del pecado. Este misterio es la Eucaristía.
En el Evangelio contemplamos cómo los dos discípulos caminaban tristes. En ese camino en el que se les acercó el Señor de modo desconocido, su corazón comenzó a vibrar al escucharle, pero le reconocieron sólo en el momento en que el Señor ofreció el pan. Fue ahí donde comprendieron que su muerte en la cruz no había sido una pérdida, sino una victoria. Su ánimo triste, con el que caminaban, se convirtió en alegría. Sus ojos se les abrieron, su fe fue transformada y su amor confirmado. ¿Qué significado y valor tiene para mí la Eucaristía? Hoy, en la alegría de la pascua, descubramos la verdad, la fuerza, la felicidad, escondidas en la Eucaristía. Contemplemos, en ese misterio desbordante de amor, a nuestro Señor que nos habla, que nos acompaña y que nos guía en cada momento y circunstancia de nuestra vida. Gocemos de su presencia y compañía. Encontremos a Jesús nuestro Señor y Salvador oculto en ese trozo de pan, en el que se encuentra toda la razón y sentido de nuestro ser, existir y vivir: su amor hasta el extremo.
Te adoro devotamente verdad oculta, que bajo estas formas verdaderamente te escondes; a ti todo el corazón se somete, porque al contemplarte todo él desfallece. Jesús a quien velado ahora contemplo, ¿cuándo se cumplirá aquello que tanto deseo? Que, viéndote con el rostro desvelado, sea bienaventurado al contemplar tu gloria.
«Cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia es para ser renovados, para rejuvenecer. Y esto lo hace Jesucristo. Es Jesús resucitado quien hoy está en medio de nosotros: estará aquí sobre el altar; está en la Palabra… Y sobre el altar estará así: ¡resucitado! Es Cristo que quiere defendernos, el abogado, cuando nosotros hemos pecado, para rejuvenecernos. Hermanos y hermanas, pidamos la gracia de creer que Cristo está vivo, ¡ha resucitado! Esta es nuestra fe, y si nosotros creemos esto, las demás cosas son secundarias. Esta es nuestra vida, esta es nuestra verdadera juventud. La victoria de Cristo sobre la muerte, la victoria de Cristo sobre el pecado. Cristo está vivo. “Sí, sí, ahora recibiré la comunión…”. Pero cuando tú recibes la Comunión, ¿estás seguro de que Cristo está vivo ahí, ha resucitado? “Sí, es un poco de pan bendecido…”. No, ¡es Jesús! Cristo está vivo, ha resucitado en medio de nosotros y si nosotros no creemos esto, no seremos nunca buenos cristianos, no podremos serlo».
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de abril de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy trataré de ir a misa para confesarme, si lo necesito, para recibir a Jesús en la Eucaristía y agradeceré el inmenso amor que me tiene.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.