Rubén Tornero, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Amado Jesús, vengo a ponerme en tu presencia. Aquí me tienes, delante de ti, tal cual soy. No quiero que haya ni tapujos ni formalismos. Quiero mostrarte todo cuanto tengo y cuanto soy. Mira mis heridas; no deseo esconderlas ante ti, que eres el mejor médico. Mira mis alegrías; no quiero ocultarlas ante ti, que eres mi Padre. Todo lo que tengo, todo lo que soy, te lo debo a ti. No permitas nunca que la desconfianza gane terreno en mi vida. Que tenga siempre presente que tu amor por mí es eterno e incondicional y que sepa que, pase lo que pase, siempre podré encontrar un refugio seguro en tus brazos. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 20,1-16
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último salió también al caer la tarde y encontró todavía otros que estaban en la plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’ Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno. Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’. Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mí lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’. De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, hoy me haces ver cuán grandes son tu amor y tu misericordia. Das un denario tanto a los que trabajaron desde temprano como a los que llegaron al caer el sol. Una misma paga para todos. ¿No es algo injusto?
Definitivamente sería muy injusto si Tú sólo fueras patrón y yo sólo un trabajador más… pero eres bueno y más que siervo soy tu hijo… y Tú, más que patrón, eres mi Papá.
La recompensa que me das, ese denario del que habla el Evangelio, no es otra cosa que tu amor. Tú me has dado todo el amor que me has podido dar. A mí me has amado de la manera más infinita y perfecta que puedes. No me puedes dar más, ¡porque ya me lo has dado todo!, y me lo das ¡porque meamas!
No importa si trabajo mucho o poco, pues tu amor no depende de lo que haga o deje de hacer. Me amas por lo que soy. Todo mi trabajo no debe ser más que la respuesta del hijo que se sabe amado por su Papá y quiere que los demás lo amen. Ahí está el secreto. Trabajar desde la mañana no es otra cosa que estar a tu lado más tiempo disfrutando de tu amor. La recompensa de amar es haber amado.
Gracias, Jesús, por tu inmenso amor. Ayúdame a trabajar para que los demás te conozcan y te amen.
«Jesús libra a los sanos de la tentación del “hermano mayor” y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor. En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita. La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo… El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto!».
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a invitar a alguien a darle de comer a un necesitado, sin buscar ninguna recompensa.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.