Pablo Vidal, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, ven a mi corazón. Dame más fe, más esperanza y más amor. Ayúdame a abrirme a tu presencia, para poder escuchar tu voz durante este ratito de oración. Quiero experimentar tu amor en mi vida y para ello me pongo en tu presencia, quiero dejarme amar por ti, ayúdame a hacerlo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 16-21
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, así como dirigiste estas palabras a Nicodemo alguna vez, hoy sé que me las quieres dirigir a mí también. Estás hablando de ti mismo cuando dices que Dios te entregó al mundo para salvarnos. Tú te entregaste a mí voluntariamente, para salvarme. Ayúdame a que esta verdad pueda entrar en mi corazón.
A veces puedo sentir que no necesito tanto de tu Sacrificio en la cruz. Me puede parecer que yo tengo las fuerzas suficientes, que yo puedo resolver mis problemas, que yo puedo rezar por mi cuenta, que yo puedo ayudar a los demás, que yo puedo ir y venir, que yo puedo ser santo. Yo, yo, yo y otra vez yo… Y cuando me siento así, qué duro es para mí fallarte. Qué difícil es volverme a levantar de mis errores cuando pienso que todo depende de mí. ¡Pero no es así! Es que no depende de mí, depende sobre todo de ti. Y Tú ya te has entregado, ya has ganado la batalla.
¿Qué me quieres decir hoy con estas palabras? Probablemente quieres darme paz, quieres decirme que, si creo en ti y me esfuerzo por vivir así, dándote a ti el primer lugar, entonces Tú serás mi luz. Y quiero creerlo Señor, quiero creer que Tú eres la luz que vence mis tinieblas. Quiero creer que no importa cuántas veces caiga en el pecado, me basta creer en ti para levantarme. Quiero creer que tú eres esa luz que ilumina mi pecado y que me hace volver al buen camino. Quiero creer que no has venido a juzgarme, sino a salvarme. Quiero creer Señor, ayúdame a creer.
«¿Con qué medida mido yo a los demás? ¿Con qué medida me mido? ¿Es una medida generosa, llena del amor de Dios, o es una medida a nivel del suelo? Y por esa medida seré juzgado, no será otra: aquella, aquella que yo hago. ¿Cuál es el nivel en el que pongo mi vara? ¿Lo puse alto? Tenemos que pensar en eso. Y esto lo vemos no sólo, no tanto en las cosas buenas que hacemos o en las cosas malas que hacemos, sino en el estilo continuo de vida». (S.S. Francisco, Homilía del 30 de enero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a repetir algunas veces durante el día: «El Señor es mi luz y mi salvación. ¿A quién temeré?» para acordarme de lo que me has dicho durante la oración.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.