Evangelio: Mc 1,12-15
En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús hacia el desierto, donde Satanás lo puso a prueba durante cuarenta días; estaba con las fieras y los ángeles lo servían. Después del arresto de Juan, Jesús se fue a Galilea, proclamando la buena noticia de Dios. Decía: “El plazo se ha cumplido; el reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en el Evangelio”.
Fruto: Volver mi vida hacia la voluntad de Dios.
Pautas para la reflexión:
El miércoles de ceniza, la Iglesia nos invitó a iniciar un recorrido especial de conversión. En este rito tan lleno de significado, el sacerdote nos dice: Conviértete y cree en el evangelio. Hemos escuchado quizá muchas veces esto de la conversión. Si la Iglesia nos invita constantemente a la conversión es porque algo importante debe haber detrás de todo esto. En nuestro camino de conversión conviene que respondamos a tres preguntas: ¿Hacia dónde voy? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasos puedo dar?
1. ¿Hacia dónde voy?
Jorge Manrique, autor español del siglo XIV, escribió que nuestras vidas son como ríos: “Partimos cuando nacemos, / andamos mientras vivimos / y llegamos / al tiempo que fenecemos”. Nuestra vida, también nuestra vida espiritual, es un camino hacia Dios, que nos dará el abrazo definitivo el día de la muerte. Pero nosotros somos los que elegimos el camino, los que tomamos ahora esta desviación a la izquierda, y más adelante torcemos a la derecha. Lo principal para llegar a nuestro destino, aunque parezca de Perogrullo, es saber hacia dónde vamos. Si salimos un fin de semana a descansar, antes de salir decidimos nuestro destino. En el camino de nuestra vida sucede lo mismo, y el texto que estamos considerando nos dice claramente cuál es nuestro destino: creer en el evangelio, o sea, vivir según el evangelio, según sus enseñanzas y criterios, resumidos en el mandamiento nuevo del amor: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”.
2. ¿Dónde estoy?
Conocemos el destino y a lo mejor nuestro primer paso en la conversión es cambiar el destino, poner como fin en mi vida obrar según el evangelio y no según mi egoísmo. Pero también es muy importante, en este camino de conversión, saber dónde estoy. Mi punto de partida, en un viaje, condiciona el camino que debo tomar. Es diverso llegar a un destino si me encuentro al Norte de esa ciudad o al Sur. ¿En qué actitud de cara a Dios me encuentro en estos momentos? Puedo tener claro el fin, el destino de mi vida, pero me encuentro en una actitud de reposo total; no me apetece moverme hacia ese fin, pues veo el camino arduo y costoso. A lo mejor mi actitud es la del pesimista, que ve el fin demasiado lejos, el vaso siempre está medio vacío, y no encuentra fuerzas para empezar a caminar. O quizás mi actitud es la del caminante, que tiene ilusión por llegar a su destino, y camina, unos días con más ánimo que otros, unas veces con más luchas que otras. ¿Dónde estoy?
3. ¿Qué pasos puedo dar?
De poco le sirve a un escalador tener clara la cima que quiere escalar, conocer perfectamente si situación en un mapa detallado, si se queda sentado en su habitación, contemplando el mapa que tiene extendido en la meta. Una vez que sabemos dónde queremos llegar y desde dónde partimos, hemos de levantarnos y empezar a caminar, sin prisa pero sin pausa. Hemos de dar pasos concretos, aunque sean pequeños, en la dirección de nuestro destino. Apliquemos estas sencillas ideas a la vivencia de la cuaresma: la iglesia nos enseña que la vida, y especialmente la cuaresma, es una peregrinación, un camino. Pensemos qué objetivo queremos alcanzar, a qué destino queremos llegar al cabo de estos 40 días: ser más caritativo en mi casa, obedecer mejor a mis padres, tratar con más cariño a mis hijos… Veamos después dónde estamos, y qué pasos concretos hemos de dar para llegar a nuestra meta.
Propósito: En un momento de oración, ofreceré a Dios una acción concreta durante esta cuaresma buscando la conversión de mi corazón.
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