Rosario Guerra, CRC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios y Padre mío en esta oración quiero contemplar tu corazón de Padre pródigo que se derrama en amor y generosidad conmigo. Este pasaje evangélico, esta palabra viva siempre es una gran enseñanza para mí. Quiero en mi oración, dejar que me hables, dejarme interpelar por ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus criados: ‘Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado’. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud’. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: ‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’. El padre le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado’”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Padre mío, en esta ocasión quiero centrar mi mirada en ti como Padre que te prodigas generosamente a tus dos hijos y los amas a cada uno y los acoges con paciencia esperando que puedan libremente ir por el buen camino.
Tu corazón primero que nada se entristece cuando tu hijo menor te pide la parte de su herencia. El padre normalmente hereda cuando ya no está con ellos. Tú, sin embargo, no recriminas; no te enfadas, no te molestas. Te duele el corazón, te preocupa que este hijo tuyo quiera irse de tu casa donde goza de todo lo que necesita y más. Sin embargo, le has dado una libertad, le dejas que tome su camino como así él lo desea. No parece que haya una discusión con él, no le preguntas a dónde se va, con quien va. El hijo se va a un país lejano.
Vives esta pérdida, este duelo; no sabes dónde está, con quien está; qué anda haciendo. Te queda rezar por él. Esperarlo. Y así lo haces. Por eso cuando él regresa te alegras tanto. Te conmueves, corres, te echas al cuello de tu hijo, lo besas.
Y luego haces una fiesta, consideras que tu hijo ha vuelto a la vida, porque has vuelto a encontrar a tu hijo.
Cuánto me alegra, Padre mío, contemplar esta parábola donde me enseñas que Tú me dejas en libertad para escoger los caminos, que vas conmigo; y que si algún día me aparto de ti o ando apartado de ti; me esperas, rezas por mí, me esperas. Me vuelves a dar vida. Puede pasar lo que sea, Tú me recibes.
Quiero, Padre, saber usar mi libertad, no siempre me siento firme para lograr serte fiel, amarte sin debilidades. Gracias por ser misericordioso, gracias por prodigarte en amor.
Tienes un corazón bueno con todos tus hijos, también con el hijo mayor. También a él lo escuchas con paciencia, dejas que se desahogue; te juzga, te regaña porque eres bueno y misericordioso con tu hijo menor. Se niega a entrar al festejo, a alegrarse de que acojas y perdones.
Te pido, Padre amoroso, que también me des a mí un corazón misericordioso como el tuyo que acoge, perdona, no juzga; espera, ora por todos, que hace fiesta cuando alguien vuelve a ti y te pide perdón.
«El relato nos hace ver algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Sorprende sobre todo su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, un muchacho joven, o buscar algún abogado para no darle la herencia ya que todavía estaba vivo. Sin embargo, le permite marchar, aun previendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque al crearnos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer un buen uso. ¡Este regalo de la libertad que nos da Dios, me sorprende siempre!». (S.S. Francisco, Ángelus del 6 de marzo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El día de hoy buscaré tener un corazón que perdona y pide perdón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.