San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir
H. Erick Flores, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Hola, Jesús. Me olvido de todo, de todo lo que me preocupa. Quiero estar contigo, pero antes eres Tú quien quiere venir a mi vida porque sabes que esa es mi felicidad. Tú, Padre, que me conoces como hijo en Jesús, ves que me dispongo a contemplar las verdades que mi corazón busca y las cuales sólo tienen respuesta en tu Hijo. Espíritu Santo, guía mi mente y corazón para encontrar tu amor y tus fuerzas consoladoras.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 8-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro que a todo aquel que me reconozca abiertamente ante los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre ante los ángeles de Dios; pero a aquel que me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante los ángeles de Dios.
A todo aquel que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
Cuando los lleven a las sinagogas y ante los jueces y autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga decir”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Como primer punto, la idea sobre reconocer a Cristo. Si ya lo reconozco, puedo comunicarlo a los demás. ¿Lo reconoces? Dime cómo es. Dar una respuesta de esta altura sobre la persona de Jesucristo no viene tanto de la fuerza del hombre, sino del poder de la gracia de un Dios amoroso y misericordioso que quiere desvelar su rostro a la humanidad sufriente. Para los que nos creemos fuertes, nos pide reconocerle en la debilidad de la carne, y a los que se sienten débiles, reconocerle en la fuerza de su palabra. No se trata de hacernos menos y pequeños, sí humildes porque sabemos vivir en la verdad ante la persona de Jesucristo. Y vivir en la verdad, también consiste en reconocer a Cristo en lo bueno que tenemos, como un don para dar libremente. Por eso, Cristo no es un Dios de los débiles y olvidados. Dios es el Dios de los pecadores y aquí entramos los débiles y abandonados, los poderosos y los fuertes. Cristo quiere que reconozcamos que Él vino a salvar a todos, Él vino a cada uno.
Como segunda idea y más corta. En el segundo párrafo del Evangelio, Cristo habla del perdón; Él nos perdona si le ofendemos, pero no hay perdón si blasfemamos contra el Espíritu. Puede ayudarnos a profundizar en la importancia del Espíritu Santo, el mismo Consolador enviado por Cristo, después de haber muerto. Nos ayuda a creer en que Cristo nos restaura como verdaderos hijos de Dios a través de la gracia que viene del Espíritu Santo y creer en la conversión de los pecadores.
Pidamos a Dios el don de la fe para verlo y reconocerlo en mí y en mis hermanos. Y para creer que Dios nos da la gracia para convertirnos en verdaderos hijos de Dios por medio del Espíritu Santo.
«A veces sentimos esta aridez espiritual; no tenemos que tenerle miedo. El Padre nos cuida porque nuestro valor es grande a sus ojos. Lo importante es la franqueza, es la valentía del testimonio de fe: “reconocer a Jesús ante los hombres” y seguir adelante obrando el bien. Que María Santísima, modelo de confianza y abandono en Dios en momentos de adversidad y peligro, nos ayude a no ceder nunca al desánimo, sino a encomendarnos siempre a Él y a su gracia, porque la gracia de Dios es siempre más poderosa que el mal.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 21 de junio de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Venceré mi respeto humano y reconoceré abiertamente que soy cristiano.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.