En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, una vez más me encuentro en tu presencia. Te doy las gracias de todo corazón por este momento de intimidad. Gracias por ser quien eres. Creo en ti, pero ayúdame a creer con firmeza que tu amor puede superar todos mis límites y que tu misericordia es más grande que toda mi miseria. Aumenta mi confianza. Dame la gracia de saber con el corazón que en tus brazos siempre encontraré el cariño y el refugio que tanto necesito. Te amo, pero Tú sabes que mi amor es pequeño, frágil y débil. Enciende en mí el fuego de tu amor. Haz que tu Sagrado Corazón incendie el mío y me convierta así en llama que extienda entre los hombres el reino de tu amor. Sagrado Corazón, venga tu Reino. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 3, 20-21
En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
María, hoy el Evangelio me presenta a un Jesús tan entregado a los demás que no tiene ninguna reserva de tiempo para sí y a tus familiares (si eran los de Él, también eran los tuyos) que lo tildan de loco y quieren forzarlo a regresar a tu casa.
¡Qué sufrimiento te habrá causado aquella escena! Me imagino los comentarios que te circundaban, los dedos de las mujeres que te señalaban cuando te veían pasar, los cotilleos y críticas de los que te llamaban “la madre de ese loco” y los comentarios hirientes de quienes te hostigaban y casi te recriminaban que no fueras a detener las “locuras” de tu hijo.
Y tú, callabas. ¡Qué gran ejemplo me das! Callabas. Sí. Pero no como quien es incapaz de defenderse, como quien se inhibe ante los comentarios, ni mucho menos, como una mera espectadora que se mantiene indiferente.
No. Tu silencio es diferente. Es el silencio de quien ama, de quien confía en el amado y tiene la certeza de lo que hace es lo mejor. Es el silencio de quien ama a quien lo ofende, de quien sabe perdonar sin rencores y pone la otra mejilla. Es el silencio de quien escucha a Dios y calla con su boca, para que su vida sea encarnar la voz de Dios cumpliendo su voluntad.
Tu silencio es el de la Madre que ama a su Hijo. Por supuesto te encantaría tener a Jesús a tu lado… ¡pero no a cualquier precio! El tuyo, es un silencio del amor que da libertad y espacio al amado, permitiendo que los demás gocen de la alegría de escucharlo.
María, ¡ayúdame a vivir el silencio como tú!
«Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor. La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: “Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir”. De hecho -no lo olvidéis-, “por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”. Y la murmuración es el instrumento y el arma».
(Discurso de S.S. Francisco, 29 de abril de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré vivir el silencio como María, evitando palabras y pensamientos que juzguen el comportamiento de los demás.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.