H. Edgar Maldonado, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ven, Señor, entra en mi casa, háblame. Te escucho.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 3, 20-21
En aquel tiempo Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, porque decían que se había vuelto loco.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es un Evangelio breve, sin embargo, nos inquieta lo siguiente, ¿por qué venía tanta gente? ¿Cómo supieron cuándo y dónde había llegado Jesús? Si prestamos atención, nos daremos cuenta de lo siguiente, todas estas personas vienen a Jesús porque Él no las rechaza. En su presencia todos somos bienvenidos, somos acogidos. En su mirada hay espacio para todos y cada uno de nosotros. Todos quieren hacerse ver por Jesús para que Él los conozca. Quieren dejar de ser uno más de entre la multitud, quieren ser escuchados, atendidos, comprendidos. Quieren darse a conocer.
El Señor no los detiene, no les prohíbe acercársele, no les pone un cartel fuera de la casa donde está diciendo ‘salí a comer vuelvo a las 14:15’, mucho menos dice ‘necesitan hablar con mi secretaría, sólo recibo a gente con cita previamente agendada, al menos con una semana de anticipación’. No, esto no sucede con Jesús. Él está más que complacido de verlos a todos, de escucharlos, de conocerlos. Lo que le da más entusiasmo es ayudarnos a conocernos cuando nos acercamos a Él heridos, confundidos o cansados. Entrar en su presencia para darnos a conocer, implica dejar que Él nos revele quiénes somos.
«El cambio hecho por Jesús compromete a sus discípulos de ayer y de hoy a una verificación personal y comunitaria. También en nuestros días, de hecho, puede pasar que se alimenten prejuicios que nos impiden captar la realidad. Pero el Señor nos invita a asumir una actitud de escucha humilde y de espera dócil, porque la gracia de Dios a menudo se nos presenta de maneras sorprendentes, que no se corresponden con nuestras expectativas. Pensemos juntos en la Madre Teresa di Calcuta, por ejemplo. Una hermana pequeña —nadie daba diez liras por ella— que iba por las calles recogiendo moribundos para que tuvieran una muerte digna. Esta pequeña hermana, con la oración y con su obra hizo maravillas. La pequeñez de una mujer revolucionó la obra de la caridad en la Iglesia. Es un ejemplo de nuestros días. Dios no se ajusta a los prejuicios. Debemos esforzarnos en abrir el corazón y la mente, para acoger la realidad divina que viene a nuestro encuentro. Se trata de tener fe: la falta de fe es un obstáculo para la gracia de Dios.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 8 de julio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Ahora tenemos este momento de intimidad, de encuentro personal uno a uno, Señor. Dime quién soy. Quiero conocerme en Ti. Es en tu pasión donde encuentro mi identidad, en tu cruz descubro mi debilidad, pero Tú me descubres cuánto me amas; a pesar de mi pequeñez, Tú me acoges como soy. Ayúdame a acogerme como soy. Quiero verte en la cruz, quiero verte a los ojos. Quiero descubrirme en tu mirada.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pondré por escrito dos aspectos que me cuestan aceptar de mí, escribiré el por qué me cuestan y qué voy a hacer para sacar fruto de estas pequeñas cruces. Lo hablaré con mi director espiritual, si creo que me ayude.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.