Cesar S Vargas, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, fortalece mi fe para que las tormentas de mi vida no me hagan naufragar. Que tu Palabra sea mi sostén, tu presencia mi fortaleza para caminar siempre con la esperanza que no defrauda, porque Tú estás siempre conmigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 35-41
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla”. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio, cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Somo tan frágiles y necesitamos tanto del Señor, y prueba de ello es este Evangelio; pues bien, vemos a sus discípulos, esos hombres que le entregaron sus vidas al Señor, que le siguen a todos lados, esos que han presenciado tantos milagros y que tienen a Jesús al lado, les entra el miedo y la cobardía.
Ahora piensa esto, somos nosotros los que estamos en esa barca, hemos visto como el señor nos ha amado, nos ama y nos amara, Él nos ha dado la vida, nos dio la existencia, nos ha dado una familia, que, aunque no sea perfecta esta allí siempre y podemos contar con ellos. y puedes seguir con la lista que apuesto será larga, pues el Señor nos muestra siempre su amor de una u otra forma. Se levanta el huracán de los problemas y las dificultades, y golpea una y otra y otra vez, hay una sensación de impotencia, ¿verdad?, pero, mira a tu lado; ¿por qué ese sentimiento?, ¿por qué sientes que te vas a ahogar en esa situación difícil? Miras más el agua que se agita con violencia, el sonido del viento huracanado que golpea la barca y pones más atención a ello, y te olvidas de mirarlo a Él, escuchas más lo que pasa allá afuera que hace tanto ruido y no escuchas lo de dentro.
Ahora es el momento de mirar a tu lado, el Señor está en la misma barca, Él está allí contigo, duerme, sí, pero tú confía; Él está escuchando tu voz, escucha tus palabras en esa oración que haces con tanto fervor, no dejes de verlo porque Él se levantara y ordenara que ese viento huracanado, esas aguas agitadas, se calmen.
«La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad». (S.S. Francisco, Mensaje Urbi et Orbi del 27 de marzo de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Si tienes la oportunidad, ve a una capilla a hacer una visita a Cristo Eucaristía; si esto no es posible tómate un momento del día para guardar silencio para hacer una oración que salga de lo más profundo de tu corazón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.