H. Emmanuel Toro, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu. (Sal 51,12-13)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 35-41
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.
De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!”. Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”. Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El relato del Evangelio de hoy destaca el tormentoso viaje de los discípulos con el Maestro y, de un modo paralelo, lo podemos considerar de cómo nuestra fe debe vivirse hoy día. Cuán fácilmente nuestro sentido del amor y presencia de Jesús se desvanece por la multiplicidad de voces o tentaciones; cuando no hay confianza plena en el Señor, estas tribulaciones dan como resultado la disminución o pérdida de fe, que lleva al temor. El Maestro está allí, lo ven los discípulos, pero los miedos les tapan los ojos de la fe. En tales momentos Él puede estar dormido en el bote; pero su amor nunca nos abandona.
Contempla esta escena como si tú, imaginariamente, estuvieras en el bote con los discípulos. Permítete experimentar la alegre anticipación al comienzo de un viaje y luego el terror cuando el viento fuerte barre el bote. Tu vida está en peligro ¿Cómo te sientes cuando las olas revientan en el bote amenazándolo con hundirse? Miras hacia Jesús para que lo salve, pero Él está durmiendo, como si no le importara. Y luego sientes el alivio cuando Él habla con autoridad, y calma el viento y el mar. Pregúntate, ¿te sientes avergonzada/o cuando Él cuestiona tu fe? ¿Tienes la confianza de no temer a las tribulaciones cuando el Señor está contigo?
«Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”.»
(Oración de S.S. Francisco, 27 de marzo de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ante una dificultad o una tribulación diré al Señor: ¡Jesús, en Ti confío!
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.