H. Francisco J. Posada, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme la gracia de ver como Tú ves y que esto me lleve a amar como Tú amas. Perdóname las ocasiones que he elegido el ensalzarme sobre otros y mostrar que soy mejor que todos; te pido que me sigas iluminando para seguir tu camino de humildad y servicio.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 14, 1.7-11
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:
“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’.
Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas veces nos encontramos en la situación de buscar un lugar, en la escuela, en un restaurante, en una cafetería, estacionamiento, etc. En cierto sentido nuestra vida está llena de «lugares», por lo que la historia que cuenta Cristo se hace muy relevante a nuestro día a día. La lección que el Maestro nos quiere compartir es que hay que buscar las cosas buenas sin dejar a los demás humillados o creernos los mejores en todo y siempre. Hay que sabernos con los mismos derechos de los demás y ver que en la vida lo más importante no es ser el primero siempre sino saber llegar.
El don que nos da Dios nos hace merecer los lugares privilegiados que Él guarda en su corazón. Con esta certeza en mente, nada más nos preocupa porque ya tenemos lo más importante y de lo que no tenemos que preocupar más. No importa ya el lugar, sino que, con esta convicción de que Dios me tiene un lugar especial, todo adquiere un nuevo sentido.
Cristo también nos pide que nos hagamos los últimos, como en una fiesta el último que se sienta es el que sirve hasta el final. En la medida del amor y del servicio a los demás lo que es más importante es servir sin contar el tiempo o las energías que conlleva no querer ser servido sino servir. Aunque la prioridad es diferente, sin las personas que sirven la fiesta no se podría llevar a cabo, algo estaría faltando y no serían los invitados de los primeros puestos.
Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de ver los lugares como verdaderos discípulos de Cristo que siempre buscan servir a los demás.
«El Evangelio de este domingo nos muestra a Jesús participando en un banquete en la casa de un líder de los fariseos. Jesús mira y observa cómo corren los invitados, se apresuran a llegar a los primeros lugares. Esta es una actitud bastante extendida, incluso en nuestros días, y no sólo cuando se nos invita a comer: normalmente, buscamos el primer lugar para afirmar una supuesta superioridad sobre los demás. En realidad, esta carrera hacia los primeros lugares perjudica a la comunidad, tanto civil como eclesial, porque arruina la fraternidad. Todos conocemos a esta gente: escaladores, que siempre suben para arriba, arriba…. Hacen daño a la fraternidad, dañan la fraternidad.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 1 de septiembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré un acto de servicio sin buscar el crédito por ello.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.