Adrián Olvera, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor… ¿A quién iríamos?
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús dijeron al oír sus palabras: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”. Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Quisiera ser parte en esta escena. Quisiera escuchar atentamente tu mensaje.
Me encuentro con alguien que me dice «el que coma de mi carne y beba de mi sangre tendrá vida eterna». Diciéndolo no como una metáfora sino como una realidad…, como una verdad.
Veo la Eucaristía, tan simple, tan sola, tan expuesta y me dices que ahí estás; que cuando comulgo es de verdad que entras todo Tú, pues quieres regalarme la eternidad. No como una metáfora, siempre como una realidad… como una verdad.
No me parece tan difícil de entender la actitud de algunos de tus discípulos pues es un mensaje duro; comprendo a quienes dudaron pues muchas veces a mí no me es fácil creer.
Por otro lado tampoco me parece tan difícil de entender la actitud de Pedro. Espontáneamente sale de su corazón la pregunta «¿a quién iríamos?» Es una pregunta que no quiere decir que haya entendido por completo; no quiere decir que le haya sido fácil; no quiere decir que no le quedaban dudas. Quiere decir que era tanto el amor que había experimentado de Jesús que ante aquel mensaje… creyó.
Creyó no como un acto que entorpecía su inteligencia sino como acto que es iluminado por el don de la fe, que si no fuera por querer del Padre, no la tendría. Creyó como alguien que vive bajo el hermoso misterio de un Dios que quiere estar con su criatura de una manera tan íntima… tan profunda.
Le fue dada la gracia y decidió creer. Creyó no porque no le quedaba opción; no porque fuera algo irracional; no porque fuera fácil… Creyó pues había experimentado su amor.
«La verdadera causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: “hay entre ustedes algunos que no creen”, dice Jesús. En efecto, desde ese momento, dice el Evangelio, “muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Ante estas defecciones, Jesús no hace descuentos y no atenúa sus palabras, aún más obliga a realizar una opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?” […] El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro, nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos unimos para caminar juntos por el mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna!».
(Ángelus de S.S. Francisco, 23 de agosto de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicaré un momento del día para hacer una visita a la Eucaristía, pidiendo la gracia del incremento de la esperanza y la fe.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.