Diego López González, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, reconozco que no sé cómo rezar, que la oración no es algo que yo pueda exigirte o controlar. La oración es un regalo que te pido me concedas para hablar como un hijo habla con su Padre bueno. Señor Jesús, dame la gracia de tener la oración que Tú quieres que yo tenga y de estar contento con eso, porque yo sé que Tú solo quieres lo que es mejor para mí. Espíritu Santo dame un espíritu de hijo para poder hacer esta oración con fruto para mi vida. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Pero él repuso: “Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Normalmente cuando nos encontramos con este pasaje del Evangelio la primera reflexión que nos viene a la mente es: felices lo que escuchan y cumplen la Palabra de Dios. Es decir, sería una llamada de Jesús a cumplir lo que Dios nos pide en el Evangelio.
Sin embargo, creo que tenemos que enfatizar un aspecto diverso, que además vemos claramente en la Santísima Virgen María, a quien van dirigidas estas palabras. Escuchar la palabra de Dios y cumplirla está a nuestro alcance, pero no es sencillo. La palabra de Dios nos propone un ideal de santidad muy alto, ser como Jesucristo, es decir, hijos perfectos del Padre. Esto no es posible lograrlo con nuestro esfuerzo humano, somos seres limitados y heridos por el pecado. Pero para Dios no hay nada imposible. La Virgen María es una criatura hermosa, una hija perfecta de Dios porque Dios mismo la preservó del pecado original. Dicho de otro modo, la belleza que vemos en la Virgen no es obra de su esfuerzo personal, sino de su apertura y docilidad a la gracia de Dios.
El Evangelio de hoy nos invita a darnos cuenta de que nosotros únicamente con nuestras fuerzas no podemos ni oír ni cumplir la palabra de Dios en plenitud. Esto es un regalo de Dios que debemos pedirle con humildad, y debemos estar abiertos a recibirlo. Como diría San Ignacio, debemos esforzarnos y trabajar como si todo dependiera de nosotros (aunque sabemos que no) y pedir a Dios sabiendo que todo depende de Él, que todo es don y gracia con la que Dios nos pide simplemente colaborar.
«El amor misericordioso es por eso, el único camino que hay que recorrer. Cuánta necesidad tenemos todos de ser un poco más misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos. Debemos perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor. Este amor permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida por Él, y reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos practican en la vida se refleja así esa Misericordia que nunca tendrá fin (cf. 1 Cor 13,1-12). Pero no os olvidéis de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón se ensancha, se ensancha el amor. En cambio, el egoísmo, la rabia, empequeñecen el corazón, que se endurece como una piedra. ¿Qué preferís vosotros? ¿Un corazón de piedra o un corazón lleno de amor? Si preferís un corazón lleno de amor, ¡sed misericordiosos!» (S.S. Francisco, Angelus, 21 de septiembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Cuando algo te cueste en el día de hoy porque quieras comportarte como un auténtico cristiano, reza a Dios en ese momento y, como un hijo a su Padre bueno, pídele la gracia por triunfar en ese reto.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.