Fernando de Navascués, Misionero Permanente en España, desempeña su trabajo apostólico en la oficina de comunicación del Regnum Christi en el territorio y es profesor en la Universidad Francisco de Vitoria. En el ámbito de las celebraciones de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, nos invita a mirar la santidad desde la transformación radical del corazón, a ir más allá de las costumbres para vivir el ser “luz del mundo”.
La celebración de la Fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos en noviembre nos recuerda que estamos llamados a vivir en santidad, una unión profunda con Dios que transforma nuestras vidas y lleva esperanza al mundo. Esta llamada es compartida por todos, como subrayó el Concilio Vaticano II, “ya pertenezcan a la Jerarquía o sean dirigidos por ella”, todos estamos llamados a la santidad (Lumen Gentium, 39). Este año, que coincide con la reciente Convención General del Regnum Christi, resuena además en esta invitación divina el hecho de ser “comunidades de apóstoles en salida”. Es decir, nuestra santidad tiene mucho que ver con mi forma de vivir mi vocación cristiana junto a mis hermanos. En Dilexit nos, el Papa Francisco nos recuerda también que el Corazón de Cristo, al “llevarnos al Padre, nos envía a los hermanos” (163).
En las palabras de Jesús, “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48), encontramos una promesa: la gracia de Dios nos capacita para crecer en virtud y caridad. De alguna forma es el mensaje central de la encíclica del Papa Francisco: a través de su Sagrado Corazón, Dios mismo nos da acceso directo a su amor humano y divino, un amor capaz de tocar el corazón de cada persona. Vivir en santidad implica una transformación radical hacia el corazón de Dios.
Ser santos en comunión
La llamada a la santidad implica también corresponsabilidad. En la reciente Convención General del Regnum Christi, se destacó la importancia de pasar de “la dependencia de las vocaciones consagradas a un carisma recibido e impulsado por todos”. Dice el Papa Francisco que “sabernos amados y depositar toda la confianza en ese amor (del Sagrado Corazón) no significa anular todas nuestras capacidades de entrega, no implica renunciar al imparable deseo de dar alguna respuesta desde nuestras pequeñas y limitadas capacidades” (Dilexit nos 164). Por ello, nuestra santidad como miembros del Regnum Christi, pasa por caminar juntos, edificándonos en la fe y siendo testigos del amor de Cristo en el mundo.
En el contexto actual, marcado por el desafío de Halloween, la llamada a vivir la santidad cobra un significado especial. Más allá de las costumbres que celebran la oscuridad, los cristianos estamos llamados a ser “luz del mundo” (Mt 5,14), a celebrar la luz. El Papa Francisco subraya que el mundo puede cambiar desde el corazón: “Ante el Corazón de Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón (Dilexit nos 31).
La santidad como misión y compromiso
De nosotros depende que, en este noviembre, abramos el corazón a la llamada de Dios a la santidad. Nuestro compromiso como miembros del Regnum Christi es responder con generosidad, apoyándonos mutuamente para vivir en santidad y convertirnos en comunidades vivas, en apóstoles que reflejan el amor de Dios en cada rincón del mundo.
Siguiendo el ejemplo de Cristo y su Sagrado Corazón, vivamos con la certeza de que somos amados “con un amor eterno” (Dilexit nos, 99), un amor que nos invita a responder con todo nuestro ser y a llevar su luz a cada rincón del mundo, principalmente, “a los cruces de los caminos”.