San José obrero
H. Alexis Montiel, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame siempre, Señor, tu pan de vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 52-59
En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.
Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.
Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El corazón de Cristo se abre, se desgarra y se reparte entre cada uno de nosotros. De niño, siempre que me preguntaban qué quería pedirle a Dios, mi respuesta era: «quiero vivir para siempre». Con forme fui creciendo me percaté que no sería posible del todo eso de no morir, comencé a darme cuenta de que la vida es veloz, es una y Dios me la da para ser feliz. Pero al leer este Evangelio capto que la promesa de Cristo sacia el deseo que cada uno de nosotros tiene: vivir para siempre. Esta vida eterna no es un engaño, no es una alucinación, no es una jugada para que Dios se ría de nosotros, no es nada de eso. Es la promesa del corazón de Cristo que en cada Eucaristía se nos da.
Alguno pensará: «¿cómo puedo saber que eso es verdad?» No te culpo si piensas así. Piensa en los miembros de la sinagoga de Cafarnaúm, todos conocían a san José, ¿cómo creerían al hijo del carpintero? Es porque no se trata del hijo del carpintero, se trata del hijo de Dios.
Te invito a ver tu vida y darte cuenta de cuántas veces Dios te habla y te muestra lo mucho que te ama en las personas que te rodean o, como diría el Papa Francisco, en el «santo de la puerta de enfrente.»
«Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros. La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor. La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia, así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo, recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel de Dios.» (Homilía de S.S. Francisco, 18 de junio de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Agradecer a una persona en concreto un momento en que me he sentido amado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.