Regnum Christi Internacional

Viernes 12 de junio de 2020 – Vengan a mí.

vida eterna

H. Iker Trillas, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, fuente de luz, ilumíname.  Ayúdame a ser dócil a tus inspiraciones.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.

El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.» (Jn 17,3). La vida eterna es conocer a Dios. Lo que quiere Jesús con nosotros es que conozcamos al Padre en Él. ¿Cómo se conoce una persona? Por ejemplo, cuando vamos a casa de un amigo y tiene fotos de su papá, podemos decir que ya por lo menos lo identificamos. O cuando un amigo nos habla de su papá, es otro tipo de conocimiento. Pero cuando realmente queremos conocer a una persona tiene que ser de cara a cara; escuchando sus palabras, sus pensamientos; lo que piensa, lo que le gusta, lo que ama, lo que reprueba, sus reacciones. Haciendo una experiencia de la otra persona es la mejor manera de conocerlo.
Jesús vino al mundo para que podamos hacer esta experiencia de Dios, para conocer a Dios en Jesús. Antes de la Encarnación no se podía conocer a Dios. Conocemos a través de los sentidos. Cómo íbamos a poder conocer a Dios si no tenía cuerpo si no lo veíamos, si no lo escuchábamos. Y habiendo tomado cuerpo, nuestros sentidos lo pueden captar, lo pueden experimentar. Esta es la grandeza de la Encarnación.
Jesús nos dejó su Evangelio en el cual expresa su mente y su corazón. Si lo queremos conocer, necesitamos leer, escucha su Palabra. Observemos cómo actúa, cómo reacciona, cómo ama. Y lo mejor de todo es que sigue vivo, ¡está vivo! Y quiero que vayamos a Él. Pero al parecer mucha gente no se da cuenta o se olvida que está vivo; y que, además, quiere hablar con cada uno de nosotros para decirnos cuánto nos ama. La oración es por donde Jesús nos habla. Es su Whatsapp, o su Zoom. Pero realmente nos habla con su presencia.
¡Gracias, Jesús, por haberte encarnado!

«La vida es toda una salida: del seno materno para venir a la luz, de la infancia para entrar en la adolescencia, de la adolescencia hacia la vida adulta y así sucesivamente, hasta la salida de este mundo. Hoy, mientras rezamos por nuestros hermanos Cardenales y Obispos, que han salido de esta vida para ir al encuentro del Resucitado, no podemos olvidar la salida más importante y más difícil, que da sentido a todas las demás: la de nosotros mismos. Sólo saliendo de nosotros mismos abrimos la puerta que lleva al Señor. Pidamos esa gracia: “Señor, deseo ir a Ti, a través de los caminos y de los compañeros de viaje de cada día. Ayúdame a salir de mí mismo, para ir a tu encuentro, tú que eres la vida”.»
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de noviembre de 2019).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Leer un capítulo del Evangelio y platicarlo con Él, sabiendo que me escucha.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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