H. José Alberto Rincón, L.C.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que viva conscientemente mi pertenencia a la Iglesia, llamada a instaurar tu Reino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 21, 33-43.45-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.
Llegando el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán.’ Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia.’ Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.
Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?” Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo.”
Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular; esto es obra del Señor y es un prodigio admirable? Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos.”
Al oír estas palabras, los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús las decía por ellos y quisieron aprehenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un profeta.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En retrospectiva, con dos mil años de historia en nuestro haber, sabemos bien a qué se refería Jesús al dirigir estas palabras a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Quizás esta sería una primera lección, antes siquiera de entrar en materia. La acción de Dios en nuestras vidas no suele verse de modo claro si pensamos a futuro. En cambio, cuando echamos un vistazo atrás, todo adquiere un sentido tan evidente que nos es imposible negarlo.
Pero es otra cuestión la que nos ocupa ahora; diversa, sí, aunque como todo lo que toca a Jesús, conectada. Y es que de algún modo podemos nosotros también ser los viñadores de esta parábola. Resulta incómodo, pero en toda honestidad debemos reconocerlo, pues cada vez que rechazamos la propuesta amorosa de Dios para nosotros, hacemos realidad esa cita del Antiguo Testamento que Jesús echó en cara a estos personajes, desechando la piedra que es ahora el fundamento de todo.
Podría parecernos demasiado drástico este enfoque, demasiado exigente e inalcanzable. Mas no debemos fijar la atención en lo externo, en la visibilidad de nuestra acogida de Jesús. Antes bien, observemos nuestro interior. ¿Con cuánta apertura recibimos a Cristo? ¿Con cuánta facilidad nos desentendemos de Él? ¿Dejamos al Señor pedir su parte de los frutos de su propia viña? ¿Somos dóciles al Espíritu que desea operar en nosotros los cambios de Dios? Ahí es donde se juega nuestra verdadera condición de cristianos. ¿Estamos a la altura del nombre?
«La urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a entender qué hay de nuevo y de original en la fe cristiana. Esta no es tanto la suma de preceptos y de normas morales como, ante todo, una propuesta de amor que Dios, a través de Jesús hizo y continúa haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada se puede convertir en salvaje y producir uva salvaje. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros, para agitarnos y animarnos, para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en cada ambiente, también en los más lejanos y desagradables.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 8 de octubre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un breve repaso de las ocasiones en que he experimentado fuertemente a Jesucristo como mi Dios y Señor, y de ahí extraeré fuerzas para donarme a los demás.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.