Cristian Gutiérrez, LC
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, vengo ante ti porque quiero estar contigo. Sé que Tú también quieres estar conmigo, quieres que te hable de mis cosas, te acompañe y te ame. Gracias por el don de la oración, porque gracias a ella puedo estar en contacto directo contigo. Aumenta mi fe, mi esperanza y mi amor. Concédeme, Señor, una fe firme y grande, capaz de mover las montañas que se presentan en mi vida. Dame la gracia de reconocerme necesitado de ti. Perdona mis faltas y dame tu amor y tu misericordia. María, Madre mía, acompáñame en esta oración e intercede ante Dios por mí y mis necesidades pues tú también las conoces.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 11, 11-26
Después de haber sido aclamado por la multitud, Jesús entró en Jerusalén, fue al templo y miró todo lo que en él sucedía; pero como ya era tarde, se marchó a Betania con los Doce. Al día siguiente, cuando salieron de Betania, sintió hambre. Viendo a lo lejos una higuera con hojas, Jesús se acercó a ver si encontraba higos; pero al llegar, sólo encontró hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces le dijo a la higuera: “Que nunca jamás coma nadie frutos de ti”. Y sus discípulos lo estaban oyendo. Cuando llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a arrojar de ahí a los que vendían y compraban; volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas; y no dejaba que nadie cruzara por el templo cargando cosas. Luego se puso a enseñar a la gente, diciéndoles: “¿Acaso no está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”. Los sumos sacerdotes y los escribas se enteraron de esto y buscaban la forma de matarlo; pero le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de sus enseñanzas. Cuando atardeció, Jesús y los suyos salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, cuando pasaban junto a la higuera, vieron que estaba seca hasta la raíz. Pedro cayó en la cuenta y le dijo a Jesús: “Maestro, mira: la higuera que maldijiste se secó”. Jesús les dijo entonces: “Tengan fe en Dios. Les aseguro que si uno le dice a ese monte: ‘Quítate de ahí y arrójate al mar’, sin dudar en su corazón y creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso les digo: Cualquier cosa que pidan en la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán. Y cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, para que también el Padre, que está en el cielo, les perdone a ustedes sus ofensas; porque si ustedes no perdonan, tampoco el Padre, que está en el cielo, les perdonará a ustedes sus ofensas”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Dos elementos podría meditar en esta oración basados en este pasaje que hoy me diriges y en los cuales contemplo tu real humanidad. Tú te hiciste hombre en todo semejante a mí menos en el pecado. Por ello me comprendes y conoces muchas de mis dificultades, de mis sentimientos, de mis emociones. Hambre y celo. Dos elementos en los que te has querido identificar conmigo y de los cuales puedo aprender a vivir según tu ejemplo.
Hambre. Me dices en el pasaje que sentiste hambre y te acercaste a una higuera a buscar higos para comer. No encontraste ninguno. ¡Dios siente hambre! Tú experimentaste el hambre humana aunque pudiste haber ordenado que cayeran panes del cielo, o que regresara el maná, incluso que brotaran higos de aquella higuera, sin embargo soportaste la necesidad y continuaste el camino. ¿Qué me enseñas, Señor, con tu forma de actuar? Me enseñas que eres un Dios cercano a mi existencia, que conoce mi realidad y no es indiferente ante la necesidad del mundo.
Puedo además compararlo con mi alma. Podría ser yo aquella higuera a la cual te acercas a buscar fruto. ¡Tú tienes necesidad de mí! Y yo que a veces te rechazo, te ignoro, me rebelo. No vienes a buscar mi fruto como el juez que exige lo debido, sino como el necesitado que suplica ayuda. Dame la gracia de darte todo lo que me pides. Ayúdame a dar el fruto que necesitas. En palabras de san Agustín te digo: dame, Señor, lo que me pides y pídeme lo que quieras.
Celo. Contemplo en ti otro sentimiento que en ocasiones me acompaña. Al entrar en el Templo descubres que no se usa para lo que se debería usar: para la oración. Enojado sacas todo aquello que no debería ocupar aquel lugar en donde mora tu Padre. Muestras el celo de Dios porque se le prefiera solamente a Él, y a nada más.
Yo también soy templo de Dios. Eres celoso con tu morada y no quieres que en ella habiten cosas contrarias a las que deben estar allí. En mi corazón tal vez hay cosas que no deberían estar ocupándolo. Hoy te pido, entra en mi interior y saca todo aquello que me separa de ti, que no me permite permanecer en plena comunión contigo. Dame el celo necesario para mantener mi corazón sólo para ti y tus cosas. Quiero que Tú seas todo para mí y yo todo para ti.
«Es el estilo de vida de la fe.
-‘Padre, ¿qué debo hacer para esto?’
-‘Pues pídelo al Señor, que te ayude a hacer cosas buenas, pero con fe. Solo una condición: cuando uno se pone a rezar pidiendo esto, si tiene algo contra alguien, lo perdone. Es la única condición, para que también vuestro Padre que está en el cielo perdone, nuestros pecados’. La fe para ayudar a los otros, para acercarse a Dios. Esta fe que hace milagros».
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de mayo de 2015, en Santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una oración por todos aquello que pasan hambre y, si tengo la oportunidad, daré algo de comer al que lo necesita.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.